El arcón
Unas damas de la sociedad habían organizado una almoneda de obras de arte y muebles antiguos en favor de los pobres y con este motivo un público burgués muy perfumado se paseaba entre aquel cúmulo de joyas, bodegones, bargueños, armarios, tallas góticas y retratos de prohombres bigotudos. No hay coleccionista que al entrar en una tienda de antigüedades no sueñe con descubrir un óleo olvidado en el sótano bajo un montón de polvorientos cachivaches que resulta ser un cuadro de Goya sin que el anticuario se haya enterado, pero ya no queda en el mundo un solo anticuario tonto; en cambio esta almoneda benéfica estaba regida por señoras de alcurnia llenas de buena voluntad aunque no con demasiada noción del valor las cosas. Era una gran fiesta de caridad y los aromáticos burgueses que visitaban los tenderetes esperaban llevarse una ganga a casa y que encima este momio fuera tomado por una obra de misericordia. Entre otros regalos un benefactor anónimo había donado para su venta en este rastrillo un arcón del siglo XV muy puro, con herrajes y cebolletas también de la época. Por dos millones de pesetas cualquier rico de buen corazón podía adquirir esta pieza perfectamente conservada que además contenía un enigma. El arcón estaba cerrado y la llave se había extraviado, pero había un detalle que no pasó inadvertido al banquero filántropo que en ese momento estaba discutiendo el precio. El arcón pesaba mucho más de lo normal y eso indicaba que podía contener libros, legajos o tal vez un tesoro muy valioso. En el precio iba incluido este misterio añadido ya que se trataba de una venta de caridad en favor de los desheredados. El banquero y la aristócrata del baratillo cerraron el trato y se decidió que el arcón fuera descerrajado allí mismo para levantar acta de su contenido. En cuanto saltó la cerradura se oyó dentro el primer gemido; después, algo semejante a una oración. Levantaron la tapa. En el interior del arcón apareció un mendigo muy deteriorado que alargó el brazo para pedir una limosna al nuevo propietario. Ningún millonario con clase compra un castillo si no se lo entregan con el correspondiente fantasma y del mismo modo que un armario antiguo para ser realmente auténtico debe llevar incorporado un cadáver familiar o, en su defecto, un amante desnudo allí refugiado, en una almoneda de caridad todos los arcones deben tener un pobre dentro. Así sucedió en este caso.
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