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'Angelitos Negros'

El día elegido para la presentación en Madrid de la revista Angelitos Negros amaneció con los más negros presagios climatológicos, en una ciudad al borde del caos, que la víspera había estado a punto de superarse a sí misma en su maldita plusmarca de atascos, continuamente renovada.Llovía; no es que lloviera mucho, pero, como repiten todos los conductores madrileños sin darse jamás por aludidos, en cuanto caen cuatro gotas, todos los imbéciles sacan el coche de paseo, aunque sea para ir a la esquina.

La revista Angelitos Negros es una modesta publicación de Barcelona dedicada al humor políticamente incorrecto. Una revista trimestral, porque la pasta no da para más, que ha hecho un gran esfuerzo por llegar a algunos quioscos y ciertas librerías de Madrid.

El acto de presentación era, como casi siempre en Madrid, en el hospitalario y múltiple Círculo de Bellas Artes, esta vez sin copas ni canapés, con la revista como único menú de degustación. Un menú un tanto indigesto para paladares remilgados, humor negro esta vez a costa de la deuda externa y de sus acreedores, agrupados en la portada bajo el expresivo titular de "Usureros sin Fronteras".

Con semejante línea editorial, los editores de Angelitos Negros saben que no pueden acceder a otras sustanciosas líneas de crédito ni a nutritivas facturas de publicidad. Sólo dependen de los lectores, una dependencia que les debe dar mucha risa a los empresarios del sector mediático, por ingenua y obsoleta.

Seguía lloviendo la tarde que presentaban Angelitos Negros; no llovía mucho, pero un viento gélido y caprichoso disparaba a traición las gotas de agua como proyectiles sobre los rostros de los osados o desprevenidos peatones que desafiaban la inclemencia meteorológica y la impaciencia de los conductores atrapados en los habitáculos de sus desmentidos automóviles, autoinmóviles forzados.

La presentación era a las siete y media, y uno de los presentadores del acto, al que conozco por ser autor de estas líneas, había cometido el garrafal error, impropio en un madrileño avezado, de salir con sólo una hora de antelación de su domicilio de Chamartín y subirse a un taxi que irremediablemente había embocado el paseo de la Castellana, un escenario dantesco en el que sólo faltaba el rótulo luminoso de advertencia: "Dejad toda esperanza cuando entréis" para ser imagen viva del infierno, un infierno no por cotidiano menos terrible.

Los autobuses de la EMT circulaban medio vacíos, sembrando el pánico y la indignación entre los automovilistas cuando se paraban en los cruces y en las paradas obligatorias. El carril bus taxi era una entelequia, un sendero plagado de obstáculos, de coches aparcados por insolidarios y arriesgados ciudadanos que una vez más escapaban por los pelos del linchamiento, que sólo se ejecutaba verbalmente desde las cabinas acristaladas de sus colegas.

El presentador hizo su entrada en la sala con un retraso más que aceptable dadas las circunstancias, que justificaban de paso la tardanza del público convocado a la cita. La ceremonia se desarrolló en familia, un puñado de dibujantes, escritores, aficionados amigos y parientes.

La tarde desapacible e inclemente y la coincidencia de numerosos eventos culturales y artísticos, aniversarios, inauguraciones, premios y saraos con copa, canapé, famosos y fotógrafos, habían desplazado la atención de los medios y provocado el absentismo de algunos colegas propensos a la bronquitis y al resfriado.

Cuando terminó la presentación un tanto desangelada de los Angelitos Negros seguía lloviendo, y los cofrades angélicos se refugiaron en la pecera del Círculo de Bellas Artes. Del otro lado de las amplias cristaleras del artístico café, las aceras de Alcalá y de la Gran Vía se veían como páramos desolados, había disminuido la intensidad del tráfico rodado y el temporal amainaba en los cielos y en la tierra.

Poco a poco comenzó entonces en el acuario un goteo de periodistas, artistas e intelectuales procedentes de actos con bufé y barra libre, y los humoristas pudieron llevar a cabo, fuera de todo protocolo, la presentación de su revista, al viejo estilo clandestino de los panfletos, con el boca a boca y el "Lee y difunde" como consigna.

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