Johnny perdió su fusil
El acercamiento de los roles sociales de los dos sexos es, en opinión de la autora, el cambio más importante de este siglo.
Faltan pocas semanas para el final del siglo, un siglo de cambios vertiginosos en el campo de la tecnología y ¿también en los hombres y las mujeres? Freud a principios de siglo, se interesó y describió al ser humano de su época. Para él lo masculino era sinónimo de actividad, contrastando con lo femenino, sinónimo de pasividad, con la sola perspectiva para la mujer del destino de ser esposa y madre. Una madre pasiva cuya sola ambición era la de quedarse en el hogar viendo crecer a su hijo y realizando a través de él aquello en lo que ella no pudo desarrollarse.En 1908, el concepto de castración hace su aparición en la teoría psicoanalítica. Freud la deduce de las fantasías sexuales de los niños, en las que atribuyen un pene a todo ser vivo. A la vista de los órganos sexuales femeninos, el niño ve la posibilidad de la realización de la amenaza de la castración. Para Freud, y en general para aquella época, la mujer, por el hecho de no tener pene, era un ser castrado y envidioso del varón, que sí lo tiene. Esa era la cuestión, tener o no tener, fálico o castrado, con lo que lo fálico representa en términos de poder. Sin embargo, es porque se tiene que se puede llegar a perder; tenerlo o perderlo es una cuestión sólo para hombres. Solamente quien algo tiene, algo teme perder. Poco tiempo después, Lou Andrea Salomé primero y Mélanie Klein más tarde, rebatían a Freud diciendo: El complejo de castración en la mujer va por otros derroteros, se relaciona con el miedo a no poder engendrar.
Pero no confundamos pene con falo. El falo es la representación narcisista del pene; de los logros científicos, sociales y profesionales que en épocas de Freud pertenecían en exclusiva al varón. El pene tiene que ver con el erotismo, el falo con el narcisismo.
La mujer de este fin de siglo no es ni de lejos parecida a la que en 1900 describió Freud. Ya no son las que en la Viena de principios de siglo languidecían en sus palacios evocadores de los valses de Strauss y los cuadros de Klimt, encorsetadas en las rígidas costumbres del Imperio Austro-húngaro, mujeres que ni siquiera tenían derecho al voto. Tampoco tiene demasiado en común con las que durante la postguerra española miraban la calle y veían pasar la vida entre visillos. Y los hombres de hoy, ¿podemos encontrarlos en los modelos descritos por Freud en la misma época, con sus códigos de honor, siendo por sí solos los que ostentan el dominio del entramado socio-político y cultural o haciendo ostentación de su hombría de macho tal y como los vemos en las películas del Oeste, tan características de mediados de siglo?
El hijo varón era investido por los padres, así como por la sociedad, como el ser que deberá realizar grandes hazañas en la vida. Hacia la niña las expectativas eran diferentes. Sin embargo, comienza a tener la posibilidad de estudiar, lo que casi hasta mediados de siglo estaba reservado a los varones, con la diferencia a su favor de que ni la sociedad ni la familia va a exigírselo de la misma forma; y es ahí donde ese resto de machismo va a jugar a favor de la mujer. La exigencia social hacia ella hasta, hace pocos años, es menor a la que se ejercía sobre el varón. Quizá este sea al motivo de que la Universidad en este momento acoja más mujeres que hombres, salvo en las carreras técnicas; e incluso éstas para nada son ya patrimonio exclusivo de los hombres como antaño lo eran, sino que en sus aulas podemos encontrar actualmente igual número de hombres que de mujeres. El logro fálico ya no es exclusivo del hombre.
Actualmente la mujer ha accedido al mercado de trabajo, incluso a las profesiones históricamente masculinas, sin por ello perder su feminidad. Hoy en día a nadie se le ocurriría pensar que una mujer es masculina porque desempeña una profesión, ni que un hombre ve disminuida su masculinidad al llevar a cabo funciones antaño femeninas, como lo eran el cuidado de los niños, ir al mercado o realizar los trabajos domésticos. Ya no existen cotos cerrados masculinos en las universidades ni femeninos en la casa, y cada vez existen menos en el panorama laboral. El macho así como la mujer débil y pasiva ya no constituyen un modelo válido en nuestra sociedad occidental de fin de siglo. A nadie va a extrañarle hoy encontrar arquitectas o ingenieras ni a hombres desempeñando funciones subalternas o llevando a cabo labores antaño propias del sexo femenino. El logro fálico ya no es hegemonía de los hombres, ni la intimidad del hogar pertenece ya en exclusiva a las mujeres.
¿Qué es lo que queda entonces en la actualidad como patrimonio exclusivo de los hombres ? Posiblemente, la obligación transmitida por parte de los padres de que el chico tiene que llegar a ser alguien y con la que el varón va a identificarse. Los hombres son todavía los que llevan el fusil, defienden a la patria y hacen el servicio militar, aunque incluso este parece que tiende a no ser ya obligatorio en muchos países europeos, e incluso en la mayoría las mujeres también forman parte del ejército. No hace todavía demasiado era frecuente en los pueblos escuchar que un chico solo se hacía hombre en la mili. Sin embargo, actualmente estamos asistiendo a un rechazo por parte de los varones hacia tal obligación. Hoy es raro que a un chico le entusiasme esta idea, lo cual era completamente impensable hace 30 años. Las organizaciones antimilitaristas, los objetores de conciencia son cada vez más importantes. Los hombres ya no necesitan llevar el fusil para sentirse hombres, ni las mujeres lo valoran ya como signo de hombría. ¿Estamos asistiendo en este fin de siglo a una feminización de la sociedad?
Sin embargo, hace tan solo un mes aparecían en la prensa las noticias sobre la polémica por la aspiración de las mujeres a participar en el Alarde de Fuenterrabía llevando también el fusil, y no vestidas de cantineras como ha sido tradicional. Incluso la representación histórica de un hecho ha dejado de ser patrimonio exclusivo de sus protagonistas, por lo menos legalmente. Hoy las mujeres no quieren dejar que sean los hombres los únicos con derecho a llevar el fusil, pese a que los hombres se aferran con saña a llevarlo ellos solos, y la guerra de sexos vuelve a desencadenarse año tras año por algo en apariencia banal, pero que representa el logro fálico femenino, por lo que aún, (y quizá pase todavía un tiempo hasta que lo veamos), no asistiremos a una representación en la que hombres y mujeres desfilen al mismo paso llevando el fusil.
Quizá, pese a los baluartes de resistencia masculinos como lo muestra el Alarde, el acercamiento de los dos sexos hacia la igualdad, es uno de los cambios más importantes de este siglo. Sí, hoy en día Johnny perdió su fusil para compartirlo con la mujer.
Isabel Usobiaga es médico psicoanalista.
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