Las lluvias causan 27 muertos en Francia y cuantiosos daños materiales
La gigantesca riada de agua y lodo que anegó el sur de Francia el sábado de madrugada se ha cobrado hasta el momento 27 víctimas mortales y cuantiosos daños materiales. Bajo un cielo plomizo, miles de personas, entre gendarmes, militares, socorristas, bomberos y voluntarios lucharon a lo largo del día de ayer contra el barro y los torrentes de agua que han invadido y anegado amplias áreas de los Pirineos Orientales y de los departamentos de Aude, Tarn y Lot.
Unas 20.000 personas permanecian anoche sin luz ni teléfono y buena parte de las carreteras continúan siendo impracticables, pese a que el nivel de las aguas ha comenzado a descencer. La comunicación por vía férrea entre Carcassonne y Narbonne está interrumpida, al igual que la línea de alta velocidad que comunica Lyon y Toulouse. Los 60.000 habitantes de Narbonne carecen de agua desde el sábado, al igual que una cuarentena de municipios. La cifra de víctimas puede incrementarse todavía porque hay una decena de personas desaparecidas y porque la crecida de las aguas mantiene atrapados a una docena de espeleólogos en dos simas de Rignac y Gramat. Anoche, los equipos de rescate, que han dinamitado determinados puntos de las grutas para intentar acercarse a los atrapados, anunciaron que habían conseguido conectar con los tres espeleólogos en el cueva de Rignac. Los testimonios de los vecinos de las poblaciones castigadas y las imágenes tomadas desde los helicópteros de rescate dan cuenta de escenas terribles y de un paisaje devastado, con familias enteras aferradas a los árboles o a los postes de electricidad o agrupadas en los tejados bajo un diluvio persistente.
Testimonian también del heroismo que muchas veces habita inesperadamente en la casa del al lado. Como el de esos vecinos de Névian, en el Aude, que, en plena noche, alertados por los gritos de auxilio y el llanto de los niños acudieron en barca y a nado a socorrer a los Didier que habían conseguido refugiarse en los árboles después de que una ola de tres metros se llevara su coche.
A esas horas de la madrugada del sábado, los ríos salían atropelladamente de sus cauces y los pequeños riachuelos y regatos se transformaban en furiosos torrentes que arrasaban todo lo que encontraban a su paso. El valor temerario de los vecinos permitió salvar al matrimonio Didier pero no llegó a tiempo para a su hijo mayor, de siete años, que, exhausto, después de varias horas de luchar contra la corriente, terminó siendo engullido por la violenta marea de agua y fango. Tampoco pudieron evitar la muerte por congelación de Marine, su hermana de cuatro años, que falleció en los brazos de su padre.
El desbordamiento general de los ríos sobrevino después de dos días de lluvias torrenciales y persistentes, un fenómeno habitual en la zona durante este perídodo de año que en esa ocasión ha culminado en tragedia colectiva.
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