Juez y parte
La culpabilidad asoma en las declaraciones de María Tardón, que antes de ser responsable de Seguridad y cuarta teniente de alcalde del Ayuntamiento fue juez e independiente, y tal vez parte integrante, de aquella movida que según sus palabras ahora incide de forma perversa en los menores vándalos y pintureros que campan con nocturnidad, alevosía y desprecio de mobiliario público en los decrépitos descampados de la noche madrileña, que ella y sus colegas municipales se están cargando, según algunas voces disidentes cuyas opiniones Tardón descalifica por injustas e ilegítimas.La culpabilidad asoma cuando María, con conocimiento de causa, define la movida primigenia, "que respondía a unos criterios de intelectualidad rebelde" y se ha degradado hasta convertirse en cosa de gamberros, bella palabra en desuso cuyas primeras acepciones son las de libertino y ruidoso.
Aquella gloriosa movida en la que participó, aunque no fuera más que como oyente, doña María Tardón, era alentada por personas con una formación vital y profesional "que les permitía hacer con su cuerpo y con sus vidas lo que querían".
Entre tantas alternativas Tardón eligió la de ser juez y autoridad municipal, como otros tomaron la opción de convertirse en artistas, diseñadores o toxicómanos, y a veces las tres cosas al mismo tiempo. "Todos suponíamos -se sigue explicando la vieja rockera- que aquellas personas (ya saben, "intelectuales vitales, ácratas y rebeldes") tenían suficiente sentido común para saber dónde tenían que ponerse sus límites".
Pero en algunos casos no fue así, porque esas personas "no supieron o no pudieron ponerse estos límites, o la mala suerte les llevó a asumir demasiados riesgos".
Como reconocida ex alumna de las aulas de la movida antonomásica, la cuarta teniente de alcalde destila en sus declaraciones ese poso de la mala conciencia que se le queda a uno cuando ve cómo su ejemplo vital, intelectual, rebelde y ácrata ha desembocado en un ambiente de degradación que causa "auténticos estragos" en el mobiliario urbano y genera innumerables pintadas, casi indelebles en fachadas y monumentos.
Ahí le duele a la cuarta teniente de alcalde. Cuando la movida se pintaba mucho, pero el que más y el que menos acababa vendiendo sus cuadros y sus diseños en una galería o en un pub, como legítimos productos castizos y posmodernos con la etiqueta "Made in Madrid". Los artistas de entonces, con rutilantes excepciones como El Muelle, preferían formatos más ortodoxos porque, entre otras cosas, resultaba difícil venderle a alguien un trozo de muro, o el pedestal del monumento de Daoiz y Velarde.
Difícil pero no imposible, porque en aquellos movidos tiempos, cuando los artísticos salones de Arco eran como la romería del Rocío de la posmodernez urbana, algunos galeristas yanquis consiguieron amaestrar a unos cuantos artistas callejeros del aerosol para que cambiaran de soporte y se los trajeron a la Casa de Campo, donde la feria del arte contemporáneo ocupaba los terrenos consagrados durante el franquismo a las exhibiciones agrícolas, ganaderas y folclóricas. Un símbolo más de que la ciudad se movía disparada a las alturas de la transubstanciación y la transvanguardia.
Así eran las cosas hasta que María Tardón y sus compañeros de viaje desembarcaron en las instituciones. La movida no estaba en su mejor momento y empezaba a hacer aguas y a exhibir síntomas de resaca. Y entonces nos pusieron a Matanzo para rematar la faena.
No sé si mi teniente recuerda a aquel famoso capitán Matanzo España que ahora milita en los tercios de Ynestrillas como cabeza de un cartel más peligroso que el de Medellín.
Si quiere completar su brillante tesis sobre la movida, su degradación y la defunción de la noche madrileña, doña María debería consultar a su ex colega, que anda un tanto descentrado desde que sus jefes se hicieron centristas y liberales y se lo quitaron de encima una vez finalizado el trabajo sucio.
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