Espacios
VICENT FRANCH
A pocas semanas de la caída en desgracia del Beemoth mediático que acoquinó a los más y sirvió de cómoda y estéril coartada a otros, no ha tardado en desatarse una sorda, a veces explícita lucha por ocupar el espacio mediático sembrado de cadáveres que la no del todo extinta voz fue tejiendo durante años y años.
Émulos de aquellos chicos que en los cincuenta creían que sólo se podía escoger de mayor entre ser misionero o alférez provisional, y convencidos de que lo primero ya no resiste el test de modernidad que exige abandonar a la carrera toda tentación de misticismo, algunos columnistas se han lanzado a por el estandarte del alférez abatido y pretenden llevar la pica hasta cotas más audaces, amparados en la impunidad y lustre que da imitar el estilo que tanta tierra dejó quemada y que, al parecer, ya figura en la antología del periodismo contemporáneo de la delación.
La multiplicación desmesurada del columnismo y la feroz competencia desatada por lograr la notoriedad a que en principio el oficio da derecho, lleva a algunas firmas al paroxismo, o, lo que es lo mismo, al tremendismo literario, a la delación como paradigma, al adjetivo destructivo y a las afirmaciones contundentes sin red protectora; y, así, el crescendo se enloquece haciendo creer que todo el mundo esconde un cadáver en el armario, que las alfombras de los mejores salones, si se levantan, arrojan evidencias comprometedoras, que las instituciones, las políticas y las que no lo parecen, sólo son sucursales de dueños caprichosos atadas al interés estrictamente personal, o que, en fin, todo el mundo es culpable incluso cuando logre demostrar que es inocente.
Un día truena el vocerío contra los consejeros de las cajas de ahorro; otro, las baterías se dirigen alegremente voraces a desacreditar a una institución por lo que cuesta, a ridiculizarla ante el público para que la conclusión llegue sola; o se proclama la necesidad de que esta o aquella institución desaparezcan; más adelante, en fin, le plantan cara al lucero del alba si con ello puede arañarse una onza de caspa del prestigio que adquirió la princesa de las tinieblas informativas. En esa escalada presuntuosa e irresponsable, los envalentonados alféreces provisionales que le han salido a la prensa de este pobre país nuestro declaman venenosamente la defunción del CVC, se burlan de la AVL que aún no es, perdonan la vida a los empresarios valencianos y se ceban en cajas de ahorro, consejerías e instituciones públicas con la sana y profesional intención de no dejar títere con cabeza.
Porque estamos llegando al triste momento en que ese poder de la palabra que se esgrime como un trabuco se quiere parangonar con el poder político democrático, y a los moralistas escudados en la columna ya no les basta con ejercer la crítica, porque eso les resulta frustrante. Ahora se trata de cogerle el hilo a Chávez, y, en nombre de una revolución que tiene que acabar mal por necesidad, desmontarlo todo, y, previamente, presentarlo como podrido, corrupto, fútil o huero para que parezca que se vigila la moral pública y las buenas costumbres.
Cualquier día de estos, no descartemos que alguien, emborrachado a cuenta de la propia prescindibilidad se arranque manifestando que sobra el Parlamento valenciano o que ya basta de autogobierno político.
Y será la barbarie, y la desvergüenza.
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