CAJAS DE AHORRO El indiscreto encanto de la burguesía política
Allá por el mes de febrero Manuel Chaves lanzó un órdago de cuidado a las seis Cajas de Ahorro andaluzas: o se unen ustedes o las uno yo, vino a decir. Debía conocer el berenjenal en que se metía y lo que se iba a encontrar: una defensa cerrada y corporativa de intereses personales y políticos, con camuflajes varios, donde lo que menos importa es la competencia financiera que ya hacen los grandes bancos y las cajas foráneas, y lo que más: mantener los privilegios de unos y otros, cada cual en su dorada mediocridad provinciana. Entre alcaldes acostumbrados a hacer de su Caja un sayo, eclesiásticos todopoderosos, ex-concejales resueltos a constituirse en comisiones de urbanismo paralelas -y a veces irritantemente proclives a favorecer al adversario político, con alegre olvidanza de quién les puso donde están-, etcétera, el panorama es lo más parecido a un campo minado en las angosturas de Kosovo. Cómo sería la resistencia, que un par de meses más tarde, Chaves tuvo que dar marcha atrás y crear la inevitable comisión. La cual, naturalmente, no ha avanzado ni un milímetro.
Su audaz consejera Magdalena Álvarez es hoy blanco de todas las iras soterradas por parte de algunos de esos mosqueteros del bien propio, que ni siquiera son discretos (lo más suave que se oye decir es inepta), y el inevitable proceso de fusión, vital para Andalucía, ha quedado pendiente de la Ley de Cajas que se tramita en el Parlamento. ¿Fue debilidad en el momento decisivo, o fue un riesgo calculado, algo así como escenificar ante el público la imposibilidad de que las Cajas, por sí mismas, se unieran, y poder actuar ahora con la contundencia de la Ley? El tiempo lo dirá. Lo cierto es que Chaves está ahora en mejores condiciones de poder ejecutar la segunda parte del órdago: las uno yo.
Entre bastidores, la cosa está más o menos así: los socialistas desearían que el proceso de fusión lo liderase la Caja más fuerte, es decir, Unicaja, cuyos activos totales, en grandes cifras, ascienden a 1,5 billones de pesetas. La que más se le acerca es CajaSur (comandada por la Iglesia de Córdoba, que no va a soltar su presa así como así), con 0,9 billones. Las demás andan en torno al medio billón. El argumento unitario viene servido por simple comparación con las foráneas. La Caixa gestiona ella sola 7,65 billones, y Cajamadrid 4,65. La fusión de todas las andaluzas sumaría un total de 4,5, aproximadamente, lo que situaría a esa hipotética entidad en condiciones de competir, no sólo en Andalucía, sino en todo el territorio nacional, como hacen las otras.
Pero la cuestión se complica extraordinariamente en cuanto se le introducen los factores políticos e incluso los geográficos. Una segunda corriente, apoyada, entre otros, por la Confederación de Empresarios de Andalucía -que ha cambiado extrañamente de opinión, desde una primera unitarista- propugna que la fusión tenga dos núcleos impulsores, uno oriental (Unicaja más La General), y otro occidental, a partir de una fusión de El Monte y San Fernando. Dos inconvenientes graves tiene esta hipótesis: daría argumentos a la Caja de la Iglesia en Córdoba para descolgarse -que es lo que quiere-, y despertaría al viejo fantasma de las dos Andalucías, tan querido por la derecha andaluza desde los tiempos preautonómicos. Y con un alto riesgo de que el doble liderazgo Sevilla-Málaga levantara más suspicacias en las otras provincias, ensanchando un paisaje de chovinismos locales ya bastante áspero y triste. ¿Qué pasará finalmente? Pronto lo veremos.
De momento, el alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín -muy próximo a Chaves-, y su ariete económico, Emilio Carrillo, acaban de enseñar la punta del pañuelo de la nueva política que se avecina en cuanto esté aprobada la ley de Cajas. Han dirigido una amable requisitoria a las que operan en Sevilla, para que reconduzcan sus inversiones en un sentido más social y más económico, en colaboración con los ambiciosos objetivos de políticas de empleo y de desarrollo de la ciudad, en los que anda empeñada la nueva Corporación. (Justo es reconocer que IU lanzó hace meses una propuesta semejante). En números redondos, habría que multiplicar por diez el presupuesto que actualmente destinan algunas Cajas a estos menesteres. Para un segundo momento queda la cuestión cualitativa, más importante aún. ¿En qué cosas emplear ese dinero? Algunas de esas entidades -en particular El Monte y la Caja San Fernando- se defienden alegando que su inversión ya cumple la cantidad solicitada. El problema está en que casi todo va a una política cultural que está muy lejos del nuevo sentir político.
En el futuro, las Cajas -¿la Caja?- tendrán que modificar también unas programaciones que ahora frecuentan el elitismo más amanerado y el populismo más rampante. Ya el año pasado el Defensor del Pueblo -muy cercano a Chaves también- levantó su voz contra esa política de las Cajas, tan alejada de los auténticos problemas sociales que padece Andalucía. Hay mucha marginación, predelincuencia, drogadicción, analfabetismo, maltrato de mujeres, barrios carenciales, adolescentes casi fuera del sistema educativo, y un largo etcétera, adonde las Cajas no llegan, salvo casos testimoniales. Eso, por no hablar de una espesa atmósfera clientelar en el ámbito artístico o literario, que con los años se ha ido volviendo irrespirable en el entorno de algunos pequeños reyezuelos, siempre dispuestos a enaltecer o a hundir a quien a ellos les viene en gana.
El subsiguiente problema estriba en qué hacer con tantos cortijitos, y sus manijeros, cuando sólo quede una Caja. La decisión de Chaves a estas alturas de la película parece firme: ni una prórroga más a los actuales presidentes. Pero faltan muchas batallas, y la guerra no está ganada.
Que se ande con cuidado el presidente.
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