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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Ésta es mi tierra

Por esos momentos de reposo y poesía, hay que agradecer a Julio Llamazares y a TVE la velada del domingo 24 de octubre. Para una pluma tan modesta y tan poco avezada como la mía, tan humilde ejercicio de reconocimiento llega a ser desafiante y comprometedor; por esto mismo he dejado que el corazón se enfríe: para mirar y recordar desde más lejos, para que la memoria herida restañe su humor y no me enrede las líneas tanta melancolía. Yo también pasé mi frío en aquel mismo colegio de Madrid en el que Llamazares empezaba a conocer el aguijón de la melancolía, cuya picazón, lejos de mitigarse con el discurrir del tiempo, como el ímpetu del río cuando, tras la prisa del curso alto, gana la pausa del remanso, se acrecienta, se agiganta como una avalancha. A ese frío del alma también se refería Julio, al que se siente cuando del calor de tu familia te arrancan, cuando lo que ves a través de tu ventana no es la tierra en que solías clavar tu mirada; a Julio y a mí, y a muchos otros, se nos llevaron, y aprendimos a mirar desde la lejanía, incluso a mirar dentro de nuestra propia alma.Yo, que provengo del moreno jareño de las estribaciones de los Montes de Toledo, del olor a mies, siega y trilla, del estornudo en la parva, en trojes y pajares, yo me embelesaba oyendo a mis sufridos y mohínos compañeros, al hijo del minero y al que jugaba en las cuevas del vino en El Páramo: sus ríos, sus frondas, sus montañas, sus valles, todo entre nervaduras de agua. Así, pues, ya pasados algunos años, hacia allá me dirigí, a rescatar, en uno de esos ataques de melancolía, alguna de aquellas instantáneas de la memoria. Conocí la tierra a la que siempre he de volver, conocí sus aguas y sus montes y sus páramos.

Cómo no sentir como Julio, sentir por León. Sentir la morriña desde este mar de piedra y asfalto no es propio de apátridas: recordar la propia casa en el aroma de un choricillo guardado en una caja de zapatos, expuesto a la rapiña del ratón o al hambre de cualquier rapaz, a estos chicos de León les calentaba el alma y a los demás nos dejaba correr la baba. Sí, el tiempo no devuelve nunca nada, nos lo arrebata. El recuerdo es la esperanza, el deseo de seguir siendo antes de no ser nada. León, la tierra, la de cada uno y la de todos, ha de ser por siempre la realidad y el deseo de esa esperanza, la tierra a la que siempre se ha de volver, aunque tan sólo sea con la mirada lánguida y los recuerdos a la espalda.- Sevilla la Nueva,

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