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La identidad de Iniciativa FRANCESC DE CARRERAS

Francesc de Carreras

Las últimas elecciones han mostrado como evidente algo que ya estaba a la vista de todos: la profunda crisis por la que atraviesa Iniciativa per Catalunya (IC). La dimisión de Pere Portabella del cargo de presidente del partido pone, a su vez, de manifiesto que la crisis afecta a la dirección misma y la incertidumbre sobre el futuro planea sobre sus militantes, votantes y, en general, sobre toda la vida política Catalana. No parece que en IC vaya a haber cambios hasta las próximas elecciones generales, pero en éstas su resultado es fácilmente predecible y cualquier remedio a la situación puede ser entonces tardío. Urge, por tanto, un cambio y cualquier cambio debe hacerse a partir de un diagnóstico: el nuestro es que IC es un partido sin identidad propia, simple residuo de las sucesivas crisis del PSUC. Partir de lo que significaba el PSUC en los últimos años del franquismo y en los comienzos de la transición y hacer un breve recorrido por las sucesivas crisis que han conducido a la situación actual nos pueden aportar algunas de las razones de este diagnóstico.

El PSUC fue un partido importante en la adormecida Cataluña de comienzos de los sesenta porque supo conjuntar y dirigir los dos sectores sociales que más claramente se enfrentaron al franquismo: el movimiento obrero y el movimiento de estudiantes universitarios, buscando, a partir de ambos, la colaboración de sectores profesionales e intelectuales. Por lo menos desde las huelgas de 1962, el sector obrero y el universitario cobraron personalidad propia y una dimensión que el régimen franquista ya no pudo asumir.

A partir de esta fecha la continuidad en Cataluña de una oposición constante al régimen estaba asegurada. Hitos culminantes de este periodo fueron la fundación de CC OO en 1964 y las sucesivas plataformas unitarias que culminaron en la primera sesión de la Assemblea de Catalunya en 1971. El movimiento antifranquista en Cataluña fue claramente plural, pero la dirección del mismo correspondió, sin duda, a los militantes y a la dirección del PSUC. Hasta 1977 -durante más de 15 años- el PSUC no fue un partido, sino el partido. Y su punto de referencia internacional no fue la Unión Soviética, sino el PCI de Togliatti y Berlinguer, el partido hegemónico de la izquierda italiana. La vía italiana era la estrategia del PSUC y Gregorio López Raimundo y Antoni Gutiérrez Díaz, sus líderes emblemáticos.

Así se llegó a los primeros tiempos del posfranquismo y justo allí empezaron las crisis. La primera se produjo con el resultado de las primeras elecciones democráticas, el 15 de junio de 1977: el PSUC obtuvo un excelente resultado, pero dos hechos ajenos rompieron su estrategia. Por un lado, los pésimos resultados del PCE en el resto de España y, por otro, el hecho de que el PSC -y mucho más el PSOE en su ámbito- fue el primer partido de la izquierda catalana: el sueño de seguir siendo el eje de la izquierda se desvanecía y la vía italiana quedaba en entredicho. Las contradicciones que todo ello conllevó están en la raíz de la segunda crisis, más abierta y espectacular, que ocurrió en el quinto congreso del partido, a primeros de enero de 1981. Dos sectores del partido -llamados eurocomunistas y prosoviéticos- estaban en pugna, pero el ganador fue un tercer sector -el llamado leninista- que demostró tener una absoluta inconsistencia teórica y política. Esta nueva situación -entre otras razones- condujo a los pésimos resultados de las elecciones generales de 1982 -las que ganó abrumadoramente el PSOE- y a la significativa escisión del sector prosoviético, que fundó el actual PCC, hoy en EUiA.

Tras el fracaso leninista, López Raimundo y Gutiérrez Díaz fueron llamados in extremis para salvar la situación, cosa que no consiguieron, y en 1986 apareció como remedio salvador la solución Ribó, que consistía básicamente en transformar al PSUC en un partido nacionalista de izquierdas, al modo de Euskadiko Esquerra. Se hibernaron las viejas siglas, se dio entrada a un sector de antiguos nacionalistas procedentes sobre todo del PSAN y se constituyó Iniciativa per Catalunya, que ha discurrido por la vida política catalana con la indecisión de ser el partido que Ribó pretendía -de acentuado nacionalismo -, un partido ecosocialisa -la llamada corriente rojo-verde-violeta- o un partido socialista de izquierdas clásico. Las rivalidades personales, la indefinición del modelo, los malos resultados electorales, el ascendiente de Anguita sobre un sector de la militancia, entre otros factores, propiciaron la ruptura de hace dos años, que dio lugar a la creación de EUiA, extrañas siglas de un partido que no ha sabido dar ningún mensaje coherente y que ha sido duramente castigado por los electores. El viejo PSUC, aquel partido que quiso ser un PCI a la catalana, hace ya muchos años que, sigilosamente, sin que nadie lo admitiera, dejó de existir.

De resultas de esta triste historia, tenemos un partido que se llama IC, que ha probado muy diversos caminos y no se ha decidido por ninguno. Seguramente, estas siglas tienen ya muy poco espacio en el electorado catalán: sin embargo, existen socialistas, nostálgicos en muchos aspectos del viejo PSUC, abiertos a corrientes nuevas y -sobre todo ahora- nada anguitistas, que no se sienten a gusto en ninguna de las formaciones políticas existentes, que no les gusta la tercera vía de Blair ni el PSOE de Almunia/González.

En España existe Nueva Izquierda, que dirige Diego López Garrido. No sé si por un camino similar, los irreductibles que aún votan IC y, quizá, alguno más podrían encontrar un partido con una estrategia y una ideología con las que identificarse. De la actual IC no se sabe cuál es su verdadera identidad.

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