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De nuevo Guinovart

JOSÉ LUIS MERINO

El pintor catalán Josep Guinovart es un artista muy conocido en Bilbao. Expuso por primera vez en esta villa en la primera quincena de enero de 1965, en la galería Grises. Años después mostró sus obras en la galería Mikeldi. La tercera muestra tuvo lugar en el Museo de Bellas Artes, con el montaje de una gran antológica. Todavía siguió su periplo en una galería de corta vida, de la que ni el propio Guinovart recuerda su nombre, más una nueva exposición que se formalizó en la galería Aritza. A partir del pasado jueves, sus obras pueden verse en la galería Colón XVI.

La significación de sus exposiciones es un dato relevante para entender a Guinovart y su proceder artístico. Lleva casi medio siglo recorriendo ininterrumpidamente espacios expositivos de museos y galerías de ciudades grandes, medianas y pequeñas, siempre con su arte a cuestas. Cada compromiso de montar una exposición es un aliciente nuevo, que le sirve para crear renovándose. Algunos artistas de su generación, una vez conseguida una marca, llámese estilo, sello propio y semejanzas, cuidan esa marca y se prodigan poco. Miman su parcela, envolviéndolas en un halo de misterio y magisterio; todo ello contribuye a una mayor cotización en los mercados artísticos.

Con Guinovart sucede todo lo contrario. No hay un deseo por alcanzar un estilo personal, que le marque los límites. Su aspiración consiste en no tener límites, sino una suprema libertad para crear. De ahí que en sus obras se palpe un continuo "viaje" hacia lo desconocido. Eso no es óbice, para que percibamos en las obras de la exposición de Colón XVI unos ciertos ecos que parecen proceder de las obras mostradas en Grises, hace más de treinta años. Claro que no tanto por los aspectos de contenido como por el tratamiento de los materiales.

El fuego sigue siendo en su arte un vehículo sustancialísimo. Se sirve de él para transformar los materiales, además de utilizarlo como grafía expresiva. Siempre nos ha sorprendido de manera satisfactoria esa forma de hacer del fuego su aliado. Pero no sólo es el fuego. Cada material al que Guinovart echa el ojo, acaba por rendirse a la manipulación de sus manos. Sin duda, éste es uno de los artistas con más capacidad artesanal para convertir lo inerte en algo artísticamente vivo. En la obra expuesta en Colón VXVI ha utilizado unas formas ovoides, con su abultado volumen, que semejan cabezas o cerebros que flotan por los cuadros. Tienen su función específica en cada obra, y en el conjunto de la exposición crean una atmósfera extraña, inquietante. Esto de lo particular y lo general recuerda a aquello que el crítico José María Moreno Galván aducía sobre Guinovart en 1969: "Este artista no fue aformalista en cada uno de los objetos, sino en la suma de todos ellos".

En lo particular, los ovoides han recibido unos cortes de distinto signo. Los hay con leves incisiones y otros con rupturas violentas. Justo por esa variedad de cortes, la atmósfera extraña se torna aún más inquietante.

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Junto a lo extraño e inquietante pervive una especie de espíritu burlón. Se trata de los elementos lúdicos, irónicos, desparpajados, que Guinovart nunca ha renunciado en sus actos creativos. Por eso, aunque sus obras poseen un desgarro evidente -en sus inicios de pintor se adscribió al expresionismo-, nunca le falta el añadido de lo irónico para que la obra tenga su lado sonriente y distendido. Ese toque lúdico le permite ir renovándose con el paso del tiempo. Y no es ajeno a esa permanente renovación, aquello señalado al principio. Esto es, el continuado exponer aquí y allá, y vuelta a cada lugar donde ya expuso. La necesidad de dar cumplida cuenta de los compromisos, le impulsa a estar creando sin descanso.

Sin duda, el talento que genera su "inteligencia sensible", para decirlo al modo de Joseph Joubert, tiene un apoyo soberbio en la práctica artesanal de sus manos. A veces las manos parecen querer hablar, y las manos de Guinovart lo hacen de verdad.

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