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Tribuna
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Bajo sospecha

La sospecha marcará el final de este campeonato. La trifulca verbal entre Michael Schumacher y David Coulthard; las acusaciones del primero hacia el segundo de que le había frenado en su persecución de Hakkinen, la respuesta airada del segundo apuntando a que el alemán, en realidad, no quería que Irvine ganara el campeonato para Ferrari, y que se contentaba con darle a la marca italiana el campeonato de constructores, dejan claro a qué sospecha nos referimos. Que Irvine no daba la talla para ganar la carrera, lo sabíamos todos. Que Schumacher sí, también.El elemento emocional, el factor humano, parece haber jugado un papel decisivo en este apasionante final de temporada, escenografiado como si de una tragedia griega se tratara. El triunfo es sólo para los elegidos, y estos son muy pocos, debió pensar tal vez el alemán mientras seguía la estela de Hakkinen y consideraba si valía la pena que su segundo se llevara el número uno a otro equipo la próxima temporada. Así, el duelo sigue abierto. Finalmente, se ha impuesto la lógica. No hubiera sido justo que Irvine se hiciera con el campeonato.

También ha sido lógico el final de temporada. Ferrari y McLaren ha llegado igualados al final y se han repartido los dos títulos, el de constructores para los italianos y el de pilotos para los británicos; los dos equipos más veteranos de los que compiten en la Fórmula 1 y los que más victorias acumulan; 125 el primero por 121 el segundo, contando la de ayer. Diez veces, sin embargo, ha conseguido McLaren que uno de sus pilotos se proclamara campeón, por sólo seis Ferrari, lo que explica a las claras la irregularidad de los italianos, que son la salsa del campeonato, pero no siempre la guinda.

Sin la mítica escudería italiana, que ha estado presente desde que se creó el campeonato en 1950, este deporte no sería lo mismo. Si no existiera habría que inventarla.

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