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Gran Vía

No es tan ancha ni tan larga como la Castellana, por eso Franco le adjudicó el título de Avenida de José Antonio reservándose para su personal gloria el que denominó paseo del Generalísimo. La historia demostraría después hasta qué punto son efímeros tan contestados honores en la nomenclatura de las calles de la capital. Con la democracia volvió a ser la Gran Vía de Madrid, grande por emblemática, por bullicosa, por popular. Ninguna calle de la ciudad tiene el movimiento de personas que registra a cualquier hora del día esta avenida nacida a principios de siglo por una operación de cirugía urbanística que obligó a derribar decenas de casas. Nació con ansias de esplendor y cosmopolitismo, ambiciones ambas que pronto alcanzó al erigirse en ella edificios de elevada factura y cuidado diseño arquitectónico. No había empresa ni entidad financiera que se preciara que no quisiera instalar sus reales en la Gran Vía y pronto brotaron como setas los cafés y restaurantes mas chics de la ciudad, las tiendas de moda y, sobre todo, las grandes salas de cine que abrían una inmensa ventana al mundo exterior.Por esas pantallas corrieron Charlot y el Gordo y el Flaco, por ellas galoparon miles de indios y vaqueros, conquistaron los héroes de leyenda a sus amadas, asaltaron castillos y desembarcaron los aliados en las playas de Normandía. Lo que exhibían dentro era magnificado fuera con grandes e iluminados cartelones, cuya proliferación en las fachadas terminó por conformar un gigantesco reclamo a la fantasía en el paisaje urbano.

Todo eso y más fue la Gran Vía en sus años de gloria antes de verse sometida a la degradación más profunda que le ocasionó el abandono y la dejadez en todo su entorno. Languidecieron decenas de negocios y muchos hubieron de echar el cierre porque la calle había perdido el tirón comercial de antaño.

De unos años a esta parte los propietarios de los inmuebles han revocado fachadas y emprendido reformas en el intento de devolver a la avenida su antiguo esplendor. Operaciones que, hasta ahora, no se han correspondido con ninguna acción notable en superficie donde la cutrez impera por doquier. Unas jardineras de hormigón desprovistas de la menor intención de agradar al transeúnte soportan unos cuantos chámeros y otros arbustos ennegrecidos, aparentemente combinados sin orden ni concierto. Pórticos, señales, chirimbolos y mobiliario urbano, exhiben toda suerte de pintadas, grafitos y afiches que ensucian la visión y el estado del pavimento es tan lamentable que los nuevos cepillos mecánicos de la limpieza apenas logran sacar algún lustre a sus destartaladas losetas. Un panorama desolador que completan generosamente quienes dormitan bajo un manto de cartones en las aceras, el pulular de una legión de miembros de las más diversas órdenes mendicantes, y los mil y un rateros que asaltan en la absoluta impunidad a todo transeúnte foráneo o de aspecto cándido que consideren carne de cañón. En esas condiciones sobrevive uno de los grandes escaparates de la ciudad para quienes nos visitan. Y, con semejante panorama, al Ayuntamiento no se le ocurre otra cosa mejor que empezar a resucitar la Gran Vía quitando los cartelones de los cines y teatros. Su concejal de Vivienda tiene ideas para despejar las fachadas por el día y proyectar por la noche los anuncios con tecnología láser. Una aplicación urbana de la realidad virtual que, ya puestos, podrían extender en un futuro a otros elementos de la vía pública de forma y manera que los efectos lumínicos taparan sus miserias. Al margen de la razonable oposición de los empresarios de cines y teatros, la iniciativa municipal es más que discutible. Es cierto que esos carteles tapan demasiado algunos edificios de indudable interés arquitectónico pero, con ajustar algo su tamaño, podría resolverse el problema sin perder la ambientación y el encanto que le dan a la calle. Es mejor, en cambio, el proyecto de recuperar el antiguo templete de la Red de San Luis y emplearlo para albergar taquillas de todas las salas de la zona. Planes que, en cualquier caso, requieren un cierto consenso estético y el concurso de los recursos económicos y humanos necesarios que una calle así merece. Que la Gran Vía vuelva a hacer honor a su nombre.

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