Cajas de ahorro (III): desafío total
¿Se imaginan a un catalán sentado en el consejo de administración del Deutsche Bank? Yo sí, aunque por ahora ellos, los de la Caixa, lo nieguen y digan que se trata de una inversión estrictamente financiera. En realidad, algunos presidentes de grandes bancos españoles lo han sido con poco más de un 1% del capital, y la Caixa tiene el 2,6% del tercer banco del mundo, lo que supone ser el segundo accionista, de manera que no sería sorprendente que algún joven ejecutivo de Calafell o de Vic apellidado Martorell acabe decidiendo en buena parte de las grandes empresas europeas, además de Telefónica, Repsol, Gas Natural, etc, en las que ya decide. Qué cosas tenemos que ver al final de este milenio que agoniza. Es sabido que en un mundo tan globalizado en lo económico los consejos de administración de las grandes empresas se están convirtiendo en verdaderos centros de poder, con capacidad para hacer más política que los propios políticos. Paralelamente los países o regiones que disponen del control de grandes grupos económicos y financieros ven aumentada considerablemente su fuerza para negociar la otra política, la de las carreteras, la fibra óptica y los AVES. Los catalanes y los vascos lo saben y la verdad es que no paran. Pero es que, por saberlo, ya lo saben los madrileños que se están haciendo con Iberia y los seguros a través de Caja Madrid y hasta los castellano-leoneses cuyas cajas controlan el azúcar, porque de éso viven, entre otras cosas. Todo ello sin contar con las sucesivas fusiones de los bancos que, eso sí, serán todos ellos muy españoles, pero que no por casualidad tienen sus sedes centrales en Madrid, Barcelona y Bilbao.
En fin, que no deja de resultar curioso que el mapa del poder financiero español haya acabado pareciéndose mucho, en las postrimerías del siglo XX, a lo que fue, geográfica, económica y políticamente hablando, el triángulo catalano-vasco-castellano del XIX: con la Caixa, el BBVA y el BSCH como buques insignia. Parece, pues, que algunas cosas sí son permanentes en la historia de España. O sea, que si en el terreno político hemos conseguido, al fin, que unas veces manden unos y otras, otros, en el económico-financiero, sin embargo, siempre mandan los mismos. Y más vale así, añado, porque si esperamos un poco más, en lugar de que La Caixa compre el Deutsche, el Deutsche compraría la Caixa y todo lo que se le ponga por delante. Miren por dónde, en este mundo confuso en que vivimos, España podría comenzar a reconquistarse de nuevo por Cataluña y Neguri.
Ustedes se preguntarán, con buen criterio, ¿y nosotros qué? Pues, ya les digo, nosotros nada, como casi siempre. Bajo el lema indeleble de que lo pequeño es hermoso y que donde esté una buena esquina para abrir una oficina que se quite todo lo demás, nadamos en las procelosas aguas de la autosatisfacción y hasta nos hemos llegado a creer que existe una cosa parecida a eso que algunos llaman, con ausencia total de sentido del ridículo, "el poder valenciano". Grandes palabras para vacuas estrategias.
Algunos colegas me dicen, y llevan razón, que la fusión de nuestras cajas en las actuales circunstancias, totalmente controladas desde la instancia política, no es aconsejable. Estoy de acuerdo, pero sólo en parte. Es verdad que las cajas deberían ser propiedad única y exclusivamente de quienes tienen allí su dinero, es decir de los impositores; y que el poder político, revestido falsamente de interés público, no debería aparecer ni en pintura o, como mucho, tener una presencia minoritaria. Bastante tienen los gobiernos con el control legislativo que pueden ejercer cuando lo deseen. Pero ello no elimina la urgente necesidad de abordar el problema técnico y económico de fondo que supone ganar la escala financiera necesaria para urdir estrategias de largo alcance, con beneficio no sólo para los impositores, sino también para la fortaleza del propio tejido productivo.
Pero tal vez lo peor no es esto, lo peor es que también existen numerosos expertos financieros, una etnia autóctona que por aquí prolifera bajo la especie de patriotas de lo local, revestidos de argumentos técnicos, que mantienen una tesis aún más fuerte; ¿para qué fusionarse, se preguntan, si ambas cajas alcanzan todavía un buen nivel de excedentes gracias a una gestión, estrictamente financiera, tan sólida como prudente? Como pueden ver, el tema aquí es mucho más grave porque es evidente que aquellos que se interrogan de este modo tienen una incapacidad manifiesta de vislumbrar siquiera posibles respuestas. Y así nos va.
En fin, que ya lo decía el inefable Jardiel Poncela: hay dos formas de alcanzar la felicidad: una hacerse el idiota, otra, serlo. Pues eso.
(Y por favor, no busquen dobles sentidos en esta frase, que como es obvio no guarda relación alguna con lo dicho anteriormente, sucede que tengo por constumbre acabar siempre con una cita y esta vez no tenía otra a mano).
Andrés García Reche es profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia.
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