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El fantasma de sor Úrsula

El antiguo Hospital de Las Cinco Llagas, hoy sede del Parlamento andaluz, se abrió el martes pasado al recuerdo.Caía la lluvia a cántaros, y un centenar de personas, la mayoría jubilados -médicos, enfermeras, celadores, farmacéuticos, etc.-, recorría a media mañana los pasillos de la institución mientras miraban sorprendidos hacia el rico artesonado del techo, "buscando", dijo alguien en broma, "las huellas de aquellos goterones, vigas rotas y apuntalamientos", que un día de febrero de 1972 obligó a la Administración a cerrar este centro sanitario. "El mármol de estos suelos es de Macael, ¿sabe usted? Y los azulejos de relieve son del año 28, de Triana", explica Antonio de León, albañil y celador hasta el cierre del edificio. "Yo nací en este hospital en el año 32, y no volví a salir de él hasta que nos echaron".

El agua tumbaba las palmeras en los patios y batía con fuerza en las arcadas. Mientras tanto, Maite Hernando, adscrita al servicio de protocolo del Parlamento, intentaba ilustrar a los visitantes sobre el gran valor histórico del edificio: "Es de los mejores que tenemos de tipo renacentista... Fue deseo expreso de la noble y devota doña Catalina de Ribera, mujer caritativa que dedicó su vida a ayudar a los menesterosos, que se construyese un gran hospital en Sevilla... Se inauguró parcialmente el 5 de marzo de 1559..."

Pero los jubilados andaban ya a otra cosa; no la oían. Las imágenes que afloraban desde su memoria les distraían por completo. Se perdían por los pasillos y escudriñaban los rincones buscando huellas de "aquellos días felices". Y es que, como recuerda José Luis Alcántara, estudiante y médico en este lugar, y hoy adjunto en Cirugía en el Hospital Macarena, "había muy buen ambiente; éramos un grupo humano entusiasta, para el que el tiempo no contaba; trabajábamos sin horarios. Además, como teníamos la Escuela de Enfermería y la Facultad de Medicina juntas, en el edificio, surgían romances por todas partes". Quizá haya sido eso, quizá el hálito de estos amores, lo que, de pronto, ha dejado sola a la guía.

En cualquier caso, el asombro es general. La restauración que se ha hecho del edificio les sorprende. "Está muy bien, pero si hubiesen gastado el mismo dinero en mantener el hospital, tampoco hubiéramos tenido que irnos de aquí", lamenta la ATS María Cervera. Y, como ella, lo mismo piensan la mayoría de compañeros. A todos les parece que "cualquier tiempo pasado fue mejor". Miguel Carvallo, antiguo celador, y la enfermera Teresa Cámara, añoran, sin tapujos, aquellos días. "Los jardines les daban media vida a los enfermos", dice Miguel. "Y no como ahora que no tienen a dónde asomarse, pobrecitos", recalca Cámara.

Más, la realidad tiene dos caras. Alcántara no ha olvidado "aquel trato peculiar que dispensaban los catedráticos al personal sanitario". Entre los recuerdos de Alcántara sobresalen las visitas de reconocimiento diario que hacían "estos virreyes" a "sus enfermos". Cuando el reloj daba las 11, las puertas de las salas de El Cardenal, La Milagrosa, El Espíritu Santo..., se abrían de par en par y, "como un pavo real", entraba el "gran señor" rodeado de su séquito. A su derecha iba la monja y a la izquierda la enfermera; detrás los médicos adjuntos y cerrando el grupo los estudiantes. Las auxiliares, entre tanto, corrían delante despejando el campo y recogiendo los objetos personales de los enfermos que, al no tener donde guardarlos, los escondían debajo de la cama.

Los recuerdos de estos jubilados rozan lo fantástico. No había servicios individuales y la comida era de rancho. "Tres veces al día y, nada de dietas". Y, por las tardes, las salas se convertían en merenderos. "Los familiares le traían chorizo a los enfermos". Había hasta fantasmas... Como el de sor Úrsula, una bella monja canaria que atravesaba las paredes. "Pero lo superábamos todo con entrega y vocación", resalta la supervisora Rosario Reyna, que comenzó a trabajar en Las Cinco Llagas en 1956, y que hoy, como el resto del centenar de compañeros, ha acudido encantada a la visita.

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