_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Macabra coincidencia

Hay algo más increíble que la catástrofe aérea que el lunes costó la vida a Payne Stewart y a sus compañeros de viaje del fatídico Gates Learjet35: el hecho de que sea la segunda vez en menos de dos décadas que ocurre, con el mismo modelo de avión, en las más parecidas circunstancias, con idénticas peripecias e igual desenlace. El mismo tipo de avión fantasma cruzando antes los cielos de toda Europa en un caso único en la historia de la aviación civil, teóricamente imposible de repetirse, y ahora el territorio de medio Estados Unidos como si de la copia al carbón de la misma calamidad se tratase.Las aeronaves modernas vuelan a altitudes donde la falta de oxígeno hace necesario que los aviones estén dotados de algún tipo de atmósfera artificial. Tal es la presurización, mediante la cual, a través de complejos sistemas electroneumáticos dirigidos por computadora, se otorga a la nave un ambiente normalmente respirable y muy parecido al que la troposfera nos concede al nivel del mar. Todos los viajeros conocen el hecho de que los aviones modernos cuentan con mascarillas para uso de todos los ocupantes, para el caso de que una anomalía en los mecanismos correspondientes produzca una reducción de la presión del aire. Si tal incidente ocurriese, el avión efectuaría un descenso de emergencia hasta alcanzar las capas inferiores de la atmósfera. Cuando la disminución de la presión es causada por una rotura estructural, tal como el desprendimiento de una ventanilla o un desgarramiento en el fuselaje, el trance se denomina descomprensión explosiva.

Más información
La mujer de Stewart siguió por televisión la tragedia del golfista

A pesar de esa alarmante calificación, cuando se vuela entre 9.000 y 11.000 metros, que es la altura habitual de crucero de los reactores de línea, si no hay daños que afecten a la propia integridad del avión, las consecuencias nunca deberían ser demasiado serias. Pero hay aviones que vuelan a mayor altitud. Tales son los de combate, algunos modernos reactores de negocios y el tan conocido Concorde. Concretamente, el Learjet35, protagonista del accidente del lunes, tiene una velocidad de crucero superior a los 900 kilómetros por hora, a una altitud normal de 14.000 a 15.000 metros. Allí, en plena estratosfera, surge amenazador un nuevo y extraordinario peligro. Ya no se trata de contar con la provisión oportuna de oxígeno; en ese ambiente tan hostil, lo que no ha de faltar será la presión necesaria para evitar que el nitrógeno contenido en los fluidos vitales de los ocupantes, instantáneamente, se materialice en letales burbujas que provoquen una masiva embolia gaseosa.

Los ocupantes de un reactor civil de gran altitud como el Learjet, si ocurre una descompresión explosiva, perderán el sentido instantáneamente y seguramente la propia vida segundos más tarde, antes de que nadie pueda tomar medida alguna para evitar la inminente catástrofe, ni siquiera darse cuenta de lo que ocurre. El piloto automático, inmune a tales fenómenos, continuará imperturbable conduciendo el avión. Fácil es imaginar el final. La nave, con sus turbinas detenidas, tal como ocurrió en las proximidades de las islas Británicas años atrás y en el lejano Estado de Dakota del Sur esta vez, se precipitará al suelo sin gobierno.

Resulta extraordinario comprobar que las dos únicas veces en que esta catástrofe ha tenido lugar ha sido, como antes mencionamos, en tan increíblemente iguales circunstancias.

En los dos casos imaginamos el estupor de los pilotos de los cazas interceptadores: comprobaron horrorizados que en las cabinas de los pilotos, en ambos casos, no se veía ser viviente alguno a los mandos.

Continúen los viajeros aéreos volando con tranquilidad, porque este accidente en particular no puede producirse en las alturas en las que vuelan las líneas aéreas convencionales. En cuanto al Concorde, parece quedar bien demostrado, en su tercera década de operación, que tiene fortaleza suficiente para no padecer averías de este tipo. Éste ha sido el precio que, una vez más, el hombre, osado, hubo de pagar en su fatal anhelo de conquistar ámbitos para los cuales su organismo no fue diseñado.

Raúl Tori es experto en seguridad y veterano comandante de líneas aéreas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_