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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Pactos secretos IGNACIO VIDAL-FOLCH

Pedro Ugarte ha estado en Barcelona, presentando su último libro, Pactos secretos, y yo no le he visto. Es una pena, me hubiera gustado hablar otra vez con él, uno de mis escritores vascos preferidos, junto a Jon Juaristi e Iñaki Ezquerra. Pero Ugarte anduvo por Barcelona, solo o en compañía de otros, y yo andaba en otro sitio.Le conocí el año pasado, cuando formé parte del jurado del Premio Euskadi de literatura en español. El premio, que conceden las autoridades del País Vasco, es para escritores de aquella tierra y cada año invitan a participar en el jurado a un forastero, una especie de cuota para que no parezca que el premio es una merienda de Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como. Me pagaron por mi colaboración con dinero y una litografía.

El jurado estaba compuesto por un funcionario autonómico cuyo nombre no recuerdo, pero que era hombre civilizado, hecho en serie como casi todo el mundo; por los novelistas Pedro Ugarte y Miguel Sánchez-Ostiz; por este cronista (la cuota exterior), y por una mujer de look neohippy, con fular arrugoso y capazo de paja, colaboradora en revistas consistoriales, que, en cuanto entró en el cuarto que servía de sala de deliberaciones, comprendí que representaba la cuota batasuna, según la acreditada práctica peneuvista que se resume así: para que los vándalos no nos revienten el almuerzo, invitémosles también.

En efecto, la del capazo, con revelador desliz semántico llamaba a los terroristas "la organización" y se batía el cobre por premiar un ensayo titulado El nacionalismo y su encaje en la Unión Europea o algo parecido. Ante el silencio de esfinge de Sánchez-Ostiz y de Ugarte, manifesté que el mismo prosaísmo del título, si no el tema y el género, descalificaba la candidatura. Retrucó la batasuna: "También Montaigne escribía ensayos, y no por ello es un autor menos literario, que yo sepa". Aquí, reí.

Entonces intervino Sánchez-Ostiz, dándome la razón con estas o parecidas palabras: "Mira, este libro no se puede llevar el premio, pero me lo guardo, ¿lo ves? -y en efecto, ostensiblemente guardó en su cartera un ejemplar de El nacionalismo y su encaje en la Unión Europea-, me lo llevo para releerlo con calma porque el tema me interesa mucho".

Rezongó la batasuna: era evidente, dijo, que los demás habíamos llevado a la reunión ya preparada nuestra "estrategia", lo cual le parecía "válido", pero que ella tenía que defender su propia "estrategia". El premio se lo llevó otro, levantamos la sesión y luego nos fuimos de copas.

El hecho de que un misántropo como Sánchez-Ostiz, hombre leído, culto, interesado en exquisitos y minoritarios escritores franceses, tuviera que hacer el paripé de fingir que el tema del encaje del nacionalismo en la Unión Europea le interesa grandemente, y pretender que en el aislado caserío de un bronco valle navarro al que se ha retirado pensaba perder una velada leyendo ese libro, había sido muy ilustrativo. Pero más revelador fue llegar al primer bar y ver que tanto él como Ugarte pedían el licor llamado pacharán, y que hasta distinguen entre una y otra marca, lo que es tan arduo como distinguir entre la lejía El Conejo y otra lejía. (Y sé de lo que hablo, pues bebí pacharán hasta que me salió por las orejas, invitado por mis camaradas vascos de la mili, que además me enseñaron esta copla: "No tenemos novia, pues y qué/ ¡Pues y qué! / No tenemos novia pues y qué / ¡Pues y qué! / Tenemos otra cosa que también nos sienta bien: / ¡El pacharán, el pacharán, el pacharán y la botella de champán!").

Sólo cuando unos cuantos tragos habían diluido la inhibición, Sánchez-Ostiz y Ugarte pasaron sensatamente al whisky. Por detalles como éstos, por anécdotas que me eran contadas con naturalidad, como si no tuvieran nada de raro, por las cosas que vi en un par de semanas, por la conversación entre pacíficas señoras burguesas que escuché en López de Haro ("Calla, Maite, por Dios", decía una; y la otra, bajando un poco la voz: "¿Qué pasa? ¿Es que me van a matar por decir esto?"; y la primera, dubitativa: "Pues..."), por esta clase de cosas, más que por las noticias de asesinatos o de vascos que han emigrado, amenazados de muerte... pero sobre todo porque vi a mis colegas bebiendo pacharán, comprendí que en esa sociedad secuestrada hay que andarse con pies de plomo. Ugarte camina como puede por ese Bilbao provinciano y áspero que ha retratado con humor y angustia vital en su novela Pactos secretos, cuya trama levanta la nómina de sus principales arquetipos sociales, cada uno pintado con un humor agridulce, una sátira que se frena cuando va a cruzar al terreno del desprecio. En esas páginas los vándalos son sólo un ruido de fondo; lo decisivo es por un lado el centro financiero de la burguesía, que se extiende en tentáculos de leguleyos y consultores, y por el otro los asalariados, con sus ensueños de alzar el vuelo y su miedo ante la posibilidad de despertar un día para comprobar que los sueños sueños son y que ellos no pasan, ni en la vida pasarán, de ser otra cosa que peones descartables en tablero de otros. Es lo que Brel definió como "la peur de perdre l"air que conduit à... Paris", o sea el miedo de perder el aire que conduce a París, cuando París era la vida verdadera.

Ugarte anduvo por Barcelona la semana pasada y no coincidimos, así que no pude celebrar con él y con tragos inofensivos su amarga novela, su distinguido estilo, la lucidez en la observación de los mecanismos jerárquicos de las relaciones sociales. Da igual, seguro que este artículo llegará a Bilbao, donde la prensa se lee con lupa y se hacen desconfiadas exégesis de cada palabra impresa, y también lo leerá la batasuna del capazo y el fular, que quizá les dirá a sus compinches: "Lo significativo es que esta provocación se publique precisamente ahora". Poniendo mucho énfasis en el "ahora", pues entre esa gente cada acto y cada letra en el tiempo tiene su razón de ser estratégica y conspirativa, nada es inocente o gratuito, todo responde a "tácticas" y "estrategias" que hay que desentrañar y "desenmascarar", todo responde a otra cosa, siempre turbia. No así estas líneas erráticas dictadas por el gusto de recordar y de leer.

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