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Tribuna
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Silencios

SEGUNDO BRU

Si resulta que uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios, el PSPV debe poseer un inmenso patrimonio en el ámbito de lo inaudible a juzgar no ya por la mudez de la gestora y su presidente -que sólo abre la boca para amenazar con aplicar otro reglamentazo a cualquier disidente que se tercie- sino por la incomprensible afonía que aqueja al grupo parlamentario. El último y más clamoroso de sus silencios se ha producido con ocasión del caso Tarancón, cuya conducta parecía estar dirigida por algún quintacolumnista al servicio de la oposición puesto que nunca nadie ha metido tanto la pata política en tan poco tiempo como nuestro culto y bibliófilo conseller. Empieza por subvencionar al Opus Dei, continua por inaugurar el curso en un colegio elitista sujeto a embargo por impagos y acaba por intentar comprar a las asociaciones de padres de alumnos. Un pleno al quince, un regalo de la caprichosa fortuna que en los oídos de cualquier diputado opositor debería haber sonado como el trompetazo de un cuerno de montería: la señal para el comienzo de una encarnizada cacería parlamentaria que sólo acabará cuando antes o después se cobre la pieza. En estos momentos el conseller Tarancón debería tener a varios diputados socialistas mordiéndole, metafóricamente claro, las orejas y a otros cuantos haciendo ruda presa con las fauces en sus pantorrillas. Pero, incomprensiblemente, en lugar de comportarse como cabría esperar, cual feroces alanos, semejan tímidos chihuahuas víctimas de una súbita alalia. Y éste es el momento en que no han dicho aún esta boca es mía, ni siquiera para explicar si en el origen de su pertinaz incapacidad de fonación se encuentra el hecho de que en la reunión donde se decidieron las subvenciones a los colegios opudeístas y al insolvente, entre otros similares, los representantes socialistas dieron su conformidad a ellas -aunque fuera con bientencionadas y beocias recomendaciones- tal como reflejan las actas de la misma. Lo cual, por otra parte, también exige una explicación que, mucho me temo, jamás recibirá la ciudadanía contribuyente, sufrida víctima fiscal de estos dislates.

Claro que Maciá, último responsable de que funcione su organización, no es el mejor espejo en el que pudiera, parlamentariamente, mirarse el silente grupo socialista de las Cortes puesto él mismo culminó inédito en la tribuna sus cuatro años de diputado. Lo cual no quita su indiscutible éxito como alcalde de Elx. Pero la idea, o coartada, subyacente en la designación de los integrantes del comité de ocupación del PSPV, que otros prefieren llamar gestora, o sea, el reconocimiento electoral que han obtenido en sus municipios, no deja de ser una trampa saducea. En primer lugar porque ni están todos los que son -sólo los de piñón fijo- ni son todos los que están, entre los que hay más de un eterno fracasado. Y, fundamentalmente, porque no parece que un conjunto exclusivo de munícipes sea el más adecuado para dirigir un partido. La primera obligación de un alcalde es cumplir con su parroquia, contentar a los ciudadanos que le han votado. Lo cual que puede hacerse muy bien, digamos a lo Maragall, o muy mal, digamos a lo Gil. Pero, en cualquier caso, algo o alguien debe de velar para que se coordinen los intereses locales y los generales. Aunque si Almunia y Císcar confían en el modelo de la gestora valenciana no sé a que esperan para aplicarlo en Ferraz.

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