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Entrevista:LOU BROWN

CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE WISCONSIN (ESTADOS UNIDOS) "Las escuelas se resisten a aceptar entre sus alumnos a niños discapacitados"

Hasta los años setenta, la corriente educativa que predominaba respecto a las personas con discapacidades intelectuales era egocéntrica, es decir, los esfuerzos se centraban en el individuo y se segregaba a los niños en clases o en centros especiales. A principios de los ochenta, la teoría y la práctica educativa con niños deficientes experimentó un profundo cambio y pasó del egocentrismo al ecocentrismo, una corriente educativa que buscaba satisfacer las necesidades del individuo como miembro de un grupo social interrelacionado: la educación de los niños discapacitados debía darse en un ámbito escolar totalmente integrado, y el aprendizaje laboral, en un centro de trabajo real. El principal artífice de este giro en Estados Unidos fue Lou Brown (Jersey City, New Jersey, 1939), catedrático del Departamento de Psicología de Rehabilitación y Educación Especial de la Universidad de Wisconsin, que el jueves pronunció la conferencia inaugural de las VII Jornadas Internacionales sobre el Síndrome de Down, clausuradas el sábado en Barcelona. En su momento, las teorías de Brown fueron consideradas extremadamente radicales porque preconizaba el cierre de las instituciones, residencias y escuelas especiales, y el abandono de todo tipo de medidas segregadoras. Pregunta. ¿Siguen considerándose excesivamente vanguardistas sus planteamientos en Estados Unidos?

Respuesta. Se están asumiendo poco a poco. Pero como en todos los países, en Estados Unidos todavía se puede encontrar una escuela donde niños discapacitados estudian con el resto de alumnos y justo al lado otro centro escolar que separa a los disminuidos psíquicos.

P. ¿Por qué cree que los programas segregadores, educativos y laborales, no preparan a las personas con discapacidad para integrarse en la sociedad?

R. Estos programas especiales no preparan ni a los discapacitados ni a las personas que no tienen ninguna minusvalía psíquica. Durante más de cien años se han gastado miles de millones del contribuyente para atender a personas con discapacidades intelectuales en entornos homogeneizados. Ahora nos hemos dado cuenta de que la homogeneidad y los servicios especiales asociados a ella ya no son aceptables. Tanto en discapacitados psíquicos como en el resto de la población, cuanto más rico sea el ambiente en que se mueven, más aprenderán, porque se sentirán más estimulados. Si segregamos a las personas discapacitadas, les aplicamos programas especiales y les confinamos en instituciones, les estaremos privando de oportunidades de aprender. Las instituciones colocan a la persona en situaciones de aprendizaje artificiales, y lo que aprende en el artificio de la situación escolar difícilmente lo aplica en la vida cotidiana.

P. ¿Se tardó mucho en Estados Unidos en asimilar sus teorías?

R. Cuando yo empecé a preconizar el cierre de las instituciones, en 1965, los disminuidos psíquicos se encontraban todos encerrados en instituciones o centros especiales. Los profesionales disponíamos de millones de dólares para la educación de estas personas, pero el Gobierno sólo nos permitía utilizarlos dentro de los centros. Poco a poco conseguimos sacarles fuera y demostramos que aprendían muchas más cosas, se integraban más fácilmente en la sociedad y se sentían más satisfechos. Y la prueba es que cuando se introducía en escuelas integradas o en puestos de trabajo reales a los discapacitados que habían estado segregados, no querían volver a su situación inicial.

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P. Uno de los problemas que usted plantea es la dificultad que supone para los discapacitados el paso de la escuela al mundo laboral.

R. Las escuelas no preparan para el ingreso en el mundo del trabajo. Tras la escolarización, los mismos centros escolares deberían buscar empresas para que formasen a estas personas, siempre con la colaboración de la familia.

P. Pero en la actualidad muchas empresas son reticentes a contratar a disminuidos psíquicos.

R. Son las escuelas, y no las empresas, las que más se resisten a aceptar entre sus alumnos a niños discapacitados. A las empresas, en general, les resulta relativamente fácil abrir sus puertas a estas personas porque saben que si están bien formadas harán bien su trabajo.

P. ¿Estados Unidos es pionero en la integración de las personas con discapacidad psíquica?

R. A mí no me lo parece. Somos buenos en algunas cosas, pero no tanto en otras. Seguro que en muchos sitios de Estados Unidos no encontraríamos 60 personas con minusvalía mental trabajando en puestos reales como ha conseguido aquí, en Barcelona, la Fundación Catalana Síndrome de Down.

P. Las Jornadas sobre Síndrome de Down celebradas en Barcelona se han centrado en el envejecimiento de estas personas, cuya esperanza de vida ha pasado de 40 a 65 años en las últimas dos décadas. ¿Está preparada la sociedad ante la mayor longevidad de estos enfermos?

R. Creo que no. Es cierto que antiguamente nadie se preocupaba por lo que le sucedería a un afectado de síndrome de Down cuando llegara a anciano, porque casi ninguno de ellos llegaba a envejecer. Ahora, estemos preparados o no, el envejecimiento de estas personas es una realidad que está ahí. Creo que debemos trabajar más en la prevención y buscar fórmulas para resolver el problema que se le presenta a un discapacitado cuando sus progenitores mueren. En Estados Unidos es una situación que se produce cada vez con mayor frecuencia.

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