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Coches y almas

JUSTO NAVARRO

Son una máscara los coches: una carrocería impasible, una cara más dura y mejor que nuestra cara. Son un escudo protector, y parece que en Andalucía nos sentimos al aire y queremos ser más sólidos. Compramos protección: se venden 200.000 coches al año en Andalucía. Una identidad artificial puede ser mejor que una cara verdadera: dame dinero para cambiar de cara, canta Bowie en una de sus nuevas canciones de amor. Es que ni siquiera se gustan absolutamente los que más se gustan a sí mismos (quizá este principio sea el motor de la historia), y, para gustarnos más, no nos ponemos una nariz de plástico con gafas: nos compramos un Jaguar.

El Salón del Automóvil en Sevilla es una feria de disfraces donde elegir el coche que mejor cuente nuestra historia y diga quiénes somos. Tener un coche ya era una careta favorecedora en los años de la juventud, cuando aquel conocido mío iba por los bares buscando amistad, o compañía, solo, con un llavero en la mano. Iba a pie, pero fingía tener un coche mal aparcado en algún callejón o en mitad de la avenida, y agitaba el llavero, drim, drim, y se acariciaba el bigote como si fuera postizo y quisiera pegárselo mejor a la cara. Le llamaban el Llavero Solitario, y ni siquiera tenía indio y caballo acompañantes, como aquel Llanero Solitario de los tebeos Novaro.

El que visite los Museos del Vaticano podrá admirar las carrozas de los papas, muy cerca de la sala de las joyas de los cardenales (sortijas de dama mundana o princesa), y, junto a la extraordinaria berlina de gran gala construida por Gaetano Peroni para León XII y sus caballos, verá los primeros coches con motor que usó el papado, más suntuosos que las carrozas: corazas de oro, terciopelo y gamuza. Las máscaras nos exhiben protegiéndonos, ocultándonos: como los negros automóviles de los altos funcionarios de hoy, seres iluminados y blindados mientras repasan el último discurso que les ha escrito algún secretario en una oficina menos cómoda que el coche del jefe. A los propagandistas políticos les aconsejo la publicidad de las marcas de coches: potencia y economía, control y audacia, dinamismo y estabilidad, seguridad y equipamiento avanzado. ¿No es un buen programa para las próximas elecciones?

Kafka, que trabajaba para Assicurazioni Generali, decía que los dos pecados capitales de los que derivan todos los otros son la impaciencia y la pereza: por impaciencia fuimos expulsados del paraíso, por pereza no volvemos. Por impaciencia cogemos el coche, y por pereza no lo dejamos nunca. Pero los coches son peligrosos, frágiles y mortales, un motivo de reflexión sobre el destino final de todos los viajes, y quizá esto explique el ensimismamiento meditabundo que muestran muchos conductores cuando se paran ante un semáforo: con los cristales subidos, en una burbuja de aire artificial, oyendo música o la radio, no el ruido de la calle y el viento, están en otro mundo, llaneros solitarios, cada uno en su coche, encerrados detrás de la máscara, inmóviles y a toda velocidad. Atención, no me roces, no me toques. Tengo miedo. Cuidado conmigo.

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