Sin Médicos Sin Fronteras, premio Nobel de la Paz de 1999, el mundo sería un poco más duro, un poco más cruel para las víctimas de los numerosos dictadores y señores de la guerra, grandes y pequeños, que están todavía en activo en todo el mundo. Hay que decirlo para que se enteren todos aquellos a los que irrita el hecho de que los derechos humanos sean la ideología dominante; a los que ciega la irritación ante cualquier prestación mediática. (...) A las víctimas no es lo que les preocupa.Las víctimas constituían la preocupación de los fundadores de Médicos Sin Fronteras en 1971: salir en su ayuda y contar su desgracia. La Cruz Roja y las organizaciones humanitarias dependientes del sistema de la ONU intervenían en un conflicto bajo una doble condición: la aprobación del Gobierno afectado y el silencio sobre su intervención, lo que veían y oían. Médico Sin Fronteras pasó sin tal aprobación a mandar sus equipos sobre el terreno. Tampoco se privó de utilizar todos los recursos de la galaxia mediática (...)
Militantes de izquierdas y de extrema izquierda, (...) sus fundadores comprendieron una simple verdad: no hay víctimas de derechas o de izquierdas, víctimas buenas o malas en función de su campo de batalla, sino víctimas de los regímenes de izquierdas o de derechas. Ir en su auxilio es una cuestión humanitaria; denunciar a sus verdugos es una cuestión militante. Es la combinación de ambas lo que confiere valor a Médicos Sin Fronteras. Esto merece, seguramente, un premio Nobel, aun a riesgo de ofender a los delicados críticos de lo humanitario.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 19 de octubre de 1999