Warhol: una fábrica de autoestima
JOSÉ LUIS MERINO
Hoy se inaugura en el Museo Guggenheim de Bilbao la exposición restrospectiva del pintor norteamericano Andy Warhol. Se trata de 576 piezas de muy diversos registros. Hay pinturas, obra gráfica, revistas, diseños múltiples de prendas de vestir, portadas de discos, vídeos que el artista realizó, como algunas de sus películas, carteles, fotografías, todo un mundo personal, que se enmarca bajo la denominación Andy Warhol: a Factory.
El montaje de la exposición es sumamente espectacular. Ha corrido a cargo de Gaetano Pesce. El montaje realza el tono fantasioso del mundo de Warhol y lo magnifica. Para que el todo se impregne de fantasía, el diseñador introduce en el espacio expositivo una pequeña sala de cine. Allí se proyectarán de manera ininterrumpida películas del artista de Pittsburgh.
En determinados espacios aparecen las repeticiones en serie, que trepan hasta los altos techos, produciendo en los espectadores una corriente de lúdica atracción. De ahí que incidamos en valorar el montaje como algo sustantivo.
La parte plástica de Warhol indica que se movía en la reproducción por medios mecánicos, lo que le llevaba a una técnica pictórica impersonal. Cuando tomaba como temas las escenas truculentas, con imágenes de sillas eléctricas, accidentes de tráfico, repetidas en series yuxtapuestas, el horror adquiría la misma calidad pasiva e indiferente que los envases de sopa Campbell, por ejemplo.
Por otro lado, tanto los retratos de estrellas de cine o de la canción o de la literatura, son imágenes que nos transmiten la sensación de vivir en un mundo artificial y real.
En su descargo vale decir que pese a parecer que Warhol se aparta del mundo, estamos ante una crítica aguda y sutil de un modo de vida mecánico y deshumanizado. Para dar pábulo a su crítica elige de la realidad no lo excepcional sino el estereotipo.
Para entender sobre qué coordenadas se maneja a la hora de crear bastan unas palabras suyas: "Quiero que todo el mundo piense igual. Creo que todo el mundo debería ser una máquina. Me gustaría ser una máquina". Al ver sus retratos, sobre Elvis Presley, Marilyn Monroe, Jacqueline Kennedy, Liz, Taylor, el presidente Mao, Truman Capote, Mick Jagger, entre otros, al tiempo que nos ponemos frente a las botellas de Coca-Cola, la citada sopa Campbell, el jabón Brillo y más estereotipos convencionales, nos percatamos que funcionalidad de la máquina es, como no podía ser menos, su aspiración máxima e ideal.
Asistimos a un permanente yo me amo a mí de Warhol, en tanto no descuida de promocionarse, con la obsesión de perpetuarse. La avidez de dinero, el culto al dólar, corre en paralelo con una necesidad casi enfermiza por dar alimento constante a su ego.
No será exagerado proclamar a Andy Warhol como el máximo exponente, en los últimos 50 años, de lo que hemos dado en llamar la cultura audiovisual. Resulta interesante conocer los primeros trabajos del artista, centrados en el diseño de la moda. También es sorprendente atisbar en sus cuadernos íntimos. Enmarcados de manera tradicional y en vitrinas se presentan esas curiosidades estéticas.
En relación con el cine, hay dos facetas. Una, la de los filmes experimentales, Sleep, Empire, Chelsea Girls , Four Stars,... y otra, que fue distribuida en los circuitos normales, tales como Flesh y Trash. Un hombre durmiendo durante seis horas (Sleep), o el Empire State Building visto desde el mismo punto de mira durante ocho horas (Empire)eran excesos para el cinéfilo, aunque se tratara alguien tan señalado como Andy Warhol.
La exposición permanecerá abierta hasta el 16 de enero del 2000. La frivolidad superinteligente de un artista notable sobrevolará durante meses entre nosotros.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.