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Tribuna
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Herederos

E. CERDÁN TATO

La literatura sagrada nos cuenta que Adán fue un surtido de inspiración divina, barro y desobediencia; que le talaron una costilla; que se cepilló a Eva apenas le puso la vista encima; y que finalmente lo desahuciaron de un jardín de violetas y magnolias chinas, con vistas al Eufrates. A los escritores cuando les da la vena y echan mano de la retórica, o te montan un tinglado de cochinadas en la mesa grasienta de la matanza, o una ficción planetaria donde el héroe es el principio de la vida y del pastel de manzana. Y la verdad es que Adán fue sólo una ameba que devoraba el adoquín de los mandamientos y le daba al sexo, hasta que la cólera de Dios la arrojó del soporífero paraíso, de una patada en los genitales. El hecho de que aquel insignificante ser se represente en los templos y museos, con un hermoso cuerpo y pupilas de ópalo, no es más que el capricho de Masaccio o de Durero o de otros maestros del arte, y de la fantasía de los poetas cosmogónicos. Pero todos somos hijos de ese organismo unicelular: los mendigos, los estadistas, las chicas de alterne, los marines, los prelados, los sicarios y hasta ese niño recién nacido en Sarajevo, a quien le han abrasado la inocencia con un hierro al rojo vivo. El Génesis marcó a su ilusoria criatura con el número uno; las Naciones Unidas han marcado a la suya con el número 6.000 millones de una dudosa demografía. Con toda seguridad, ese número les corresponde a otros miles de niños que se asomaron el mismo día a un paisaje devastado por la miseria, la enfermedad y el genocidio, en una geografía despojada por el capital, que apenas se vislumbra ni en el atlas, ni en la memoria. Kofi Annan al premiar al niño bosnio con dólares y honores, ha discriminado involuntariamente, a cuantos nacieron en la más cruel ignorancia. Si todos procedemos de esa ameba, sus herederos, sin embargo, son tan sólo una mayoría de desposeídos: de ellos no es la culpa, pero sí el atroz castigo. Bastante tienen otros con llegar a fin de mes, sin que les falte el marisco fresco, donde también se degusta la mano de Dios.

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