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En tierra de nadie

"Somos gente pequeña, pero sabemos mucho de la guerra". Lo dice Serguei Plechivtsev con una sonrisa resignada. Detrás de él, su familia asiente en silencio. Excepto su hijo de dos años, Yaroslav, que se arrastra por debajo de la mesa y canta bajito en una mezcla peculiar de ruso y español.Los Plechivtsev son de Grozni (Chechenia). Llegaron a Málaga el año pasado -en dos tandas, primero Serguei y Rostislav y luego los demás-, huyendo del caos. Allí estaban en tierra de nadie, entre los dos bandos. "Yo soy ruso y cristiano", explica Serguei, "pero, como tengo la piel morena, los rusos desconfían de mí. Creen que soy checheno y musulmán. Y para los chechenos soy ruso y enemigo".

Nada más aterrizar en España, Serguei, que en su país era técnico en un aeropuerto, pidió asilo político. Se lo negaron porque no aportó "pruebas fehacientes de haber padecido persecución y peligros". Serguei hace una mueca. Ahora, a sus 43 años, es un inmigrante ilegal, que ya no tiene derecho a vivir en el centro de acogida de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado en Málaga. Su familia sigue allí; su mujer, Elena, sus tres hijos, Zinaida, Rostislav y Yaroslav, y su sobrina Lilia, que no sabe nada de sus padres desde febrero. Todos pidieron asilo, todos viven esperando una resolución, llenos de nervios. El precedente de Serguei no les da muchos ánimos. "No entiendo por qué me han dicho que no", se extraña él. "Todo el mundo sabe lo que pasa en Chechenia. No es sólo mi familia; allí todo el mundo tiene problemas".

La historia de los Plechivtsev es un muestrario de violencias. De un día para otro se quedaron sin trabajo, sin casa, sin coche. A Zinaida, que ahora tiene 19 años, trataron de violarla, y cuando su padre fue a defenderla recibió una paliza y una mala cuchillada en el vientre. A Lilia, que acaba de cumplir los 15, la secuestraron para venderla en Turquía, y recuperarla no fue fácil. En la lucha, le hirieron en la cara. "Las mujeres rusas no son personas en Grozni, sino basura", cuenta Zinaida. "No puedes salir a la calle después de las siete de la tarde, porque si un hombre quiere hacer algo contigo, aunque tú no quieras... es terrible. Eres sólo cuerpo, carne para usar".

"Allí sólo se puede vivir bajo la ley islámica", dice Serguei. "Es muy duro. Y si no quieres, no tienes ningún derecho. Los islamistas pueden coger todo lo tuyo y hacerte lo que quieran, sin ninguna responsabilidad".

Ahora Serguei se gana la vida sin papeles y con dificultades. Va por los pueblos montando carpas, para las ferias. "Mi jefe está muy contento conmigo, porque no tengo miedo de subirme allá arriba", y señala al techo. "Pero no tengo visado de trabajo, y no sé que esperar".

Mientras él se mueve por la provincia con todo el cuidado del mundo, su familia participa en programas públicos de integración. Rostislav, que tiene 10 años, va a la escuela, "al colegio San Juan de Dios, y hago cursos de ordenador y de fútbol", aclara muy serio, pronunciando cada sílaba con detenimiento. Yaroslav va a la guardería municipal y dice sus primeras palabras... en español. Y Elena, Zinaida y Lilia estudian en la Escuela Oficial de Idiomas, y se defienden bien. Zinaida quiere ser enfermera, y Lilia, peluquera.

"No, no quiero volver a Chechenia. No quiero morirme". Zinaida lo tiene claro, tanto como su padre. "Ni mi corazón ni mi cabeza quieren volver. La guerra no terminará rápido, y si termina, empezará otra vez, porque hay mucho dinero en juego". Serguei remata. "Aquí nos han ayudado mucho, y aunque tenemos patria, queremos",-busca la palabra exacta- "queremos ser miembros de este país".

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