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Ricard, científico y monje, sostiene que la ciencia y el budismo son conciliables

Matthieu Ricard (Francia, 1946) creció escuchando a los intelectuales y artistas parisinos que frecuentaba su padre, el filósofo y periodista Jean François Revel. Pronto sobresalió en música clásica, fotografía, ornitología y astronomía y recibió con honores el doctorado en genética molecular. Pero Ricard necesitaba seguir buscando respuestas, así que abandonó su carrera científica y en 1967 viajó al Himalaya para estudiar budismo tibetano. En 1972 se quedó para siempre. Ahora es un monje que escribe obras de éxito y busca la verdad.

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A Matthieu Ricard, como a todos los monjes budistas, se le escapa la sonrisa del rostro. "Es porque soy feliz en cada momento. He encontrado la dirección que debe seguir mi vida, aunque todavía esté lejos de la meta", argumenta en una sala de la Universidad de Deusto, horas antes de que impartiera ayer por la tarde una conferencia sobre El budismo como modo de actuar sobre uno mismo y el mundo, dentro del ciclo Otras culturas, otras formas de vida, que organiza el Forum Deusto.Hace algunos años, el filósofo y comentarista político Jean François Revel visitó a su hijo, el pensador y monje Matthieu, en Nepal, donde reside. Durante diez días ambos reflexionaron sobre el sentido de la vida, la búsqueda de la verdadera felicidad, el lugar que ocupan la ciencia, la filosofía y la religión. De aquel encuentro surgió un libro El monje y el filósofo, número uno de ventas en Francia y traducido a 18 idiomas. El Dalai Lama, del que Matthieu Ricard es traductor al francés, destacó que la obra "muestra lo fructífero que puede ser el diálogo franco", aunque se pueda partir de ángulos tan diferentes.

Ricard sonríe, siempre sonríe. También lo hace cuando se le pregunta si, como dijo el Dalai Lama cuando se le concedió el Premio Nobel de la Paz en 1989, él también es sólo un monje budista. "Soy principalmente un hombre que está en el camino espiritual de la búsqueda religiosa. Y, en ese camino, he hallado una experiencia viva, la budista, que me sirve para realizarme como ser humano". La risa del monje estalla en carcajadas cuando se le inquiere por si le ha servido para encontrase a sí mismo. "¿A mí mismo?", replica escéptico. "El budismo es justamente lo contrario. Su espiritualidad enseña a relegar el ego, que es la fuente de todos los errores. No se trata de encontrarnos a nosotros mismos. Una felicidad egocéntrica es autodestructiva. Hay que buscar la transformación individual y así, cuando hay serenidad interior la extendemos a todos los ámbitos familiares y sociales. El desarme exterior empieza siempre por el interior", explica.

Los conocimientos del doctor en biología molecular y los del monje espiritual que alberga la persona de Ricard son conciliables. Por eso, bromea con la creencia general de que los budistas meditan en las copas de los árboles y enfatiza en que lo esencial no es creer sino saber. "El budismo tiene puntos de anclaje con la propia ciencia. Buda ha dicho que estudiemos sus palabras pero que las aceptemos sólo cuando las hayamos comprendido, no con una fe ciega. El budismo y la ciencia son compatibles porque ambos buscan la verdad. La diferencia es que la práctica budista es contemplativa", argumenta.

El monje escucha con atención y responde con pasión. Sus brazos se balancean gesticulantes y se alzan cuando trata de aclarar que el budismo no está destinado a los monasterios: que es compatible con la vida cotidiana. "La causa del sufrimiento es el orgullo, la avidez y la obsesión. El monje es un buscador y si es capaz de buscar ese equilibrio eso también vale para todos los demás". Su experiencia le dice que se puede encontrar. "Si no lo hacemos es porque estamos distraídos", asegura.

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