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A quien madruga, cuchara de palo

A buen seguro, la mayoría de la gente se ha acordado en alguna ocasión de Picio al aludir a la poca belleza de tal o cual conocido. Sin embargo, casi nadie sabrá que el feo de Picio fue un zapatero granadino del siglo XIX a quien se le llenó la cara de granos y perdió todo el pelo tras la impresión de ser condenado a muerte injustamente. El celebre zapatero recibió el indulto a tiempo, pero el impacto de la sentencia quedó grabado en su semblante para enriquecimiento de la cultura popular. Historias como esta y el análisis de un total de 2.088 dichos y refranes se pueden encontrar en el libro El refranero de los andaluces, escrito por del profesor César de la Peña. El autor eligió el instituto Ángel de Saavedra de Córdoba, en el que impartió sus enseñanzas hasta su jubilación el pasado año, para hacer ayer la presentación pública del prolijo libro.Palentino de nacimiento, De la Peña llegó a Granada con tan sólo 12 años, fue capellán castrense en su juventud y se dedicó a la docencia desde 1963. Este profesor jubilado ha dedicado los últimos ocho años de su vida al estudio de los refranes. Fruto de su entusiasmo por la sabiduría popular, surgió la idea de elaborar como una actividad más de sus clases la recopilación de dichos agudos y sentenciosos de uso común, o lo que es lo mismo, refranes, según lo define la Real Academia de la Lengua.

De este modo, 36 alumnos de segundo de Bachillerato trabajaron intensamente durante cuatro meses y bajo la atenta supervisión del profesor para reunir sentencias de los distintos pueblos de Córdoba. Un total de 24 colegios respondieron a la llamada de los estudiantes, con lo que más de 500 informadores empezaron a mandar entrevistas y encuestas acerca de los refranes más conocidos en su localidad.

Una vez que se recibió todo el material, llegó la hora de analizarlo y darle forma. Junto a la lógica relación de los refranes, el libro recoge algunas conclusiones. Tales como que la población urbana conoce menos aforismos que la rural; que el ser hombre o mujer no afecta al nivel de conocimiento de estos; que la población joven sabe menos dichos que la adulta o que cuánto más culto se es, menos refranes se manejan. De este modo, se puede decir que el conocimiento de los refranes es directamente proporcional a la edad e inversamente proporcional a la cultura.

Pese al igual dominio del refranero entre hombres y mujeres, el autor admite que la mujer es la verdadera mártir del ingenio popular. En el mejor de los casos se le ningunea, cuando no se le ataca directamente. El libro incluye múltiples ejemplos como, A la mujer casta, Dios le basta; La buena mujer ni ha de oír ni ha de ver o Mujer que al andar culea, bien se ve lo que desea.

Junto al volumen presentado ayer, De la Peña piensa registrar hoy mismo otro libro en el que analiza todos los refranes recogidos por la Real Academia de la Lengua desde el primer diccionario de Autoridades, de 1780, hasta la decimoctava edición del mismo, de 1956, última en la que la institución incluye en su manual una recopilación de aforismos.

Como curiosidad, El refranero de los andaluces dedica su último capítulo a estudiar la manera en que los principales refranes tienen un lugar en todas las culturas con independencia del idioma en que se expresen. Así, junto al enunciado en español, recoge la forma y posible variación en gallego, vasco, catalán, inglés o francés y nos permite saber que si en casa de un herrero español se come con cuchara de palo, en el mundo anglosajón el incoherente es el zapatero que tiene a los niños descalzos.

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