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Ajuste de cuentas

John Major desmitifica a Margaret Thatcher en sus memorias y arremete contra otros dirigentes conservadores.

El Partido Conservador británico inaugura hoy el congreso anual con una guerra de palabras entre sus viejos titanes. El líder actual, William Hague, intenta conducir a la familia tory hacia el futuro con un nuevo manifiesto político que bautiza La revolución del sentido común. Su esfuerzo es en vano. Líderes y ministros pasados, Margaret Thatcher, John Major y Norman Lamont, entre ellos, prefieren mirar al pasado y azuzar el fuego que contribuyó a la colosal derrota conservadora en las elecciones de 1997. En sus memorias, que ayer comenzó a serializar el dominical The Sunday Times, Major describe a su predecesora en el liderazgo tory de "autócrata, profundamente no-conservadora y contradictoria". Los viejos titanes conservadores afilan sus cuchillos. Sus ataques y contra-ataques, que vuelven a abrir heridas no cicatrizadas, como el golpe de Estado interno contra Thatcher, amenazan con dominar la agenda del congreso. Hague necesita unir al partido y acortar la distancia de 25 puntos que separa a los conservadores de los laboristas de Tony Blair. Pero la sombra del pasado se impone sobre el horizonte. La atención se desviará del salón de congresos de Blackpool a los encuentros paralelos. En uno de ellos, previsto el miércoles, intervienen Thatcher y Lamont en defensa de la liberación de Augusto Pinochet, que aguarda la sentencia sobre su extradición a España. Una ocasión para asestar un nuevo golpe contra Major, el político al que ambos ayudaron a tomar las riendas del país tras la forzada dimisión de la dama de hierro en 1990 y que carga su pluma de veneno en vísperas, precisamente, de la cita anual de los conservadores. Lamont, ministro de Hacienda cuando la exclusión de la libra del Sistema Monetario Europeo, tomó la delantera hace unos días con una brutal embestida contra la gestión de Major. Lamont nunca perdonó que el entonces jefe de gobierno le pasara la factura, forzando su dimisión del Gabinete, de la crisis económica de 1992. Las dudas de Major, defiende en su libro, costaron al Reino Unido del orden de 2.500 pesetas por minuto. El contraataque de Major apunta hacia varios frentes. En los capítulos adelantados ayer arremete contra la tendencia de su viejo colega -Lamont fue la pieza clave que posibilitó la elección de Major tras el golpe contra Thatcher- de salirse de reuniones que no seguían su curso esperado, y recuerda que el entonces chancellor estaba "cantando en la bañera" mientras la libra caía en picado. "La credibilidad de Norman se desplomó. Se había convertido en un pájaro con el ala caída. Su posición era insostenible", escribe. Thatcher está en la mira de un segundo frente. En el último año de su reinado, critica su sucesor, "había perdido la agilidad política; el poll tax (el difunto y controvertido impuesto municipal) y su crudo antieuropeísmo fueron las políticas que precipitaron su caída". En su análisis político, Major destruye una serie de mitos en torno a la figura de Thatcher. Rechaza que su arrinconamiento por parte de los parlamentarios conservadores se produjera en "la cima de sus poderes", cuando "presidía un partido próspero y un país reposado". "La situación no era así", defiende el político que Thatcher eligiera como sucesor. Sobre su participación en la destitución de la primera ministra, una traición que el Partido Conservador no consigue superar, Major admite que estaba al corriente de las acciones de sus colegas, Lamont entre ellos, para recabar el apoyo de los diputados. El país estaba en crisis, reconoce sobre esos días decisivos de noviembre de 1990, pero Major dio prioridad a sus intereses personales. El futuro candidato al liderazgo tory ingresó en el hospital para curarse un mal de muelas, y dejó las manos libres para que Lamont sondease al resto de los diputados. "Si cancelaba la operación", escribe, "la impresión de que yo esperaba que ella perdiera (la elección) y que estaba preparándome a participar en la segunda ronda hubiera sido abrumadora". La sombra de la traición no abandona a los conservadores. El propio Major fue víctima de las maniobras, fallidas en aquella ocasión, de Michael Portillo, anterior ministro de Defensa. Al perder su escaño en 1997, en una de las derrotas más celebradas de la noche electoral, Portillo tuvo que abandonar sus sueños de liderar el partido y el país. Ahora prepara su regreso político y su presunto ascenso hasta la cima. Hague celebra en público la vuelta del sucesor natural de la derecha conservadora, el favorito además de Thatcher, pero expresa en privado recelo ante la nueva amenaza.

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