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Asignatura pendiente

La competición en el interior de un partido político es indispensable. La competición interna para un partido político es el equivalente del entrenamiento para un equipo de fútbol. Cualquier aficionado al fútbol, o a cualquier deporte, sabe que un equipo o un atleta vale lo que entrena. Que el entrenamiento es lo que permite disputar la competición con garantías de éxito. Y sabe que los jugadores que tienen que saltar al terreno de juego para enfrentarse al equipo contrario son los que acreditan que se encuentran en forma en los entrenamientos. Sin la competición en el interior no hay garantía de que se puede competir en el exterior. Así ocurre en el deporte. Y también en la política. En España, sin embargo, hemos tendido a demonizar la competición interna en los partidos políticos y a presentar la competición por el liderazgo del partido como algo que conduce casi inevitablemente a la descomposición del mismo. La evidencia empírica de que disponemos parece avalar esa interpretación. Ahí está la experiencia de la UCD tras la defenestración de Adolfo Suárez. O la escisión del PNV con la pelea entre Xabier Arzalluz y Carlos Garaikoetxea y la formación de EA. O el enfrentamiento entre Hernández Mancha y Herrero de Miñón por la presidencia del PP antes de su refundación como AP. O el conflicto socialista en Valencia de estas últimas semanas. O el enfrentamiento entre Rojas-Marcos y Pacheco en 1993. Y más ejemplos que podríamos poner. La convicción de que la competición interna es mortal para un partido se ha convertido en algo casi indiscutible en nuestro país. Pero las apariencias engañan. El problema no está en la competición interna. El problema está en la debilidad de los partidos españoles que todavía tienen que superar la prueba de la alternancia en el ejercicio del poder. La alternancia es la prueba del nueve de la madurez de un sistema político democrático. Hasta que no se verifica la alternancia, y de manera continuada, no se puede considerar que un sistema político está normalizado. El poder hay que ganarlo, perderlo, volverlo a ganar y a perder. Así es como se aprende, individual y colectivamente, la interinidad de la ocupación del poder y que la vida sigue tras haberlo perdido. Y que no se está en el cielo tras haberlo ganado. La alternanacia es también la prueba de madurez democrática de los partidos . Es la prueba que ninguno ha sido capaz de superar. De ahí la fragilidad de todos ellos. Y la inseguridad con que todos miran el futuro. Ninguno ha sido capaz de dotarse de reglas internas que garanticen el juego limpio en la competición por el liderazgo y que permita al que pierde aceptar la victoria del contrincante. Lo que se acepta en el sistema político como consecuencia de la decisón del cuerpo electoral, no se suele aceptar en el interior del partido. Ésta es la asignatura pendiente de todos los partidos y también, por tanto, de la democracia española.

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