LA CRÓNICA Final del juego JAVIER CERCAS
Muchos de ustedes se habrán dado cuenta hace tiempo, pero yo sólo lo he advertido cuando mi hijo se ha obsesionado con ellos. Los futbolines están desapareciendo. Hace 20 años, en mi ciudad, los había por todas partes, pero el sábado pasado yo tuve que recorrerla por entero para dar con uno. Estaba en un bar de un barrio extremo, un bar anacrónico donde sonaba una canción anacrónica de Pete Seeger que de golpe me pareció la canción más triste del mundo, porque en ella se habla de los jóvenes soldados que fueron a la guerra y que ya no volverán. Mientras jugaba al futbolín no pude evitar pensar en la época en que por todas partes se oía la canción de Pete Seeger, que era la misma época en que la ciudad estaba llena de futbolines. Inevitablemente pensé en los gatas. Los gatas eran los reyes del futbolín. Venían de barrios extremos, con sus motos de escándalo y sus andares de banderillero y su invariable uniforme: zapatos de tacón, pantalones de tergal muy anchos en los tobillos y muy estrechos en los muslos, media melena pétrea y rizada y patillas de bandolero decimonónico. También lucían una ajustadísima camiseta que, al menor movimiento, descubría su ombligo charnego. Ese ombligo era la clave: de ombligo vino "ombliguillo"; de ombliguillo vino "ombligata": de ombligata vino "gata". El prototipo del gata -su quintaesencia- era Moreno. Moreno iba a mi colegio; todos le temíamos y le admirábamos: era el rey del futbolín y de los autos de choque y andaba con mujeres y tenía una moto y no mentía nunca, porque no tenía miedo de nada ni de nadie. Era un hombre libre. Nunca me atreví a hablar a solas con él, pero no he olvidado que una mañana, en el bar del colegio, al ir a empezar una de sus historias, soltó: "Bé, ara que follem de tant en tant...". Se hizo un silencio sólido, y Moreno no continuó su discurso hasta que quienes le rodeábamos, adolescentes vírgenes de familia burguesa, le hubimos asegurado con nuestros cabeceos embusteros que sí, que por supuesto allí todo mundo follaba de vez en cuando. Por aquella época yo descubrí algo que Moreno no sabía, que era que el padre de los gatas, su prototipo -su quintaesencia-, era Manolo Reyes, el Pijoaparte. Mucho más tarde supe que en Barcelona se decía que Últimas tardes con Teresa no la había escrito Marsé, sino Jaime Gil; el bulo, que debía de divertir bastante a Jaime Gil y a Marsé, no carecía, después de todo, de fundamento, porque fue Jaime Gil quien vislumbró a Manolo Reyes antes de que Manolo Reyes existiera cuando, en un poema que es también un paseo solitario por Barcelona, oye "a estos chavas nacidos en el sur / hablarse en catalán" y concluye: "Que la ciudad les pertenezca un día". Pero, como Marsé, Jaime Gil sabía que a Moreno, que había nacido en el sur y hablaba en catalán, y a Manolo Reyes, que era un chava murciano y también nuestro Julien Sorel, la ciudad no iba a pertenecerles nunca. Dejo de jugar al futbolín y me voy a la Llibreria 22, a comprarle un cuento a mi hijo. Allí me encuentro a Felip Ortega, librero y amigo desde los tiempos de los futbolines, que me habla de Amuleto, la última novela de Roberto Bolaño, donde se cuenta la historia de toda una generación de jóvenes latinoamericanos que fueron a otra guerra de la que no volvieron nunca. Luego hablamos de los futbolines y de los gatas, y Felip me alcanza una novela cuyo protagonista, dice, podría ser un gata. Leo el inicio de la novela: "Charolillo sólo se fiaba de su polla. Era lo único en el mundo que jamás le daría por el culo". Le contesto que un gata nunca hubiera dicho eso, y le pregunto si se acuerda de Moreno, que inventó la práctica tal vez ilusoria de la autoenrectació, también denominada tancar el candau. "¡Claro que me acuerdo!", me dice. "Murió hace unos años. Lo encontraron en el váter de un bar, con una jeringa clavada en el brazo". Entonces menciona a otros amigos y conocidos de la época, y mientras oigo sus nombres -la mayoría de gatas, todos muertos-, no puedo evitar pensar en Azorín: "Vivir es ver volver". Porque Azorín se equivoca: vuelven algunas cosas, vuelven las novelas de Marsé y los poemas de Jaime Gil, pero no volverán los futbolines, ni los jóvenes de Pete Seeger ni los de Bolaño, ni por supuesto los gatas, todos soldados muertos en guerras de antemano perdidas. Y tampoco puedo evitar pensar en los cobardes adolescentes de familia burguesa que los sobrevivimos y que por eso ahora hablamos de ellos, y sobre todo en unos versos de banderillero que escribió Manuel Machado y que quiero pensar que a Moreno, que fue limpio y valiente y puro en lo puro, y a quien no gustaban los versos, tal vez ahora -esté donde esté- no le disgustarían: "En la hora mala / de tu partida, compañero, / nos preguntamos unos a otros / cuándo nos tocará a nosotros".
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