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Disney ofende al mundo árabe

La creación de un pabellón israelí en Orlando desata una ola de protestas en Oriente Próximo

O mucho cambian las cosas o ningún árabe cruzará las puertas de Disneylandia. La compañía del ratón y de los parques de atracciones acaba de descubrir que la diplomacia es un arte complejo: no se puede contentar a todos. En un lado, Israel; al otro, árabes y musulmanes; en medio, el mundo no tan mágico de Walt Disney.Habría hecho falta más magia que en Fantasía para que el mundo árabe no pusiera el grito en el cielo por el nuevo pabellón dedicado a Israel en uno de los parques de atracciones de la factoría Disney. Lo que iba a ser un simple espectáculo de luz y sonido se ha convertido en una disputa internacional tan enconada como para movilizar al primer ministro de Israel y a los mandatarios de la Liga Árabe. Como en todo buen argumento de Disney, en la historia hay buenos, malos y, por supuesto, un príncipe, el de Arabia Saudí.

Todo comenzó cuando algún directivo del imperio de los dibujos animados ideó una forma original de celebrar el milenio. Disney puso en marcha la construcción de la Villa del Milenio en el centro de la compañía en Orlando (Florida) con atracciones dedicadas a la tecnología, al espacio y al futuro. El proyecto contemplaba la creación de una villa con pabellones dedicados a 35 países diferentes. La selección permitiría reflejar la diversidad del planeta y convertir el recinto en una especie de aldea global en miniatura y con taquilla en la puerta. Con lo que no contaban es que, al poner el mundo en un pañuelo, los conflictos de ese mundo se trasladan de inmediato al pañuelo. Así se coló en Disneylandia el enfrentamiento de Oriente Próximo. Israel no tardó en ofrecerse para ocupar uno de los pabellones. Para sus lobbies en Estados Unidos, la inversión era modesta: 285 millones de pesetas. Construido ese pabellón de Israel, faltaba amueblarlo: una exposición en una sala, montajes en otra, una película en tres dimensiones y un Viaje a Jerusalén, título de un espectáculo audiovisual que narra la historia de la ciudad. Esos 3.000 años resumidos en tres minutos son los que han generado la controversia, porque hacen referencia a Jerusalén como la "capital eterna e indivisible" del Estado de Israel. Ninguna mención a las aspiraciones y los vínculos del mundo árabe con la ciudad que para ellos es también su anhelada capital de un futuro Estado palestino.

No tienen suerte los árabes con Walt Disney. No hace mucho, la Liga Árabe montó en cólera al comprobar cómo Jafar, el malo de Aladino, tenía unos marcados rasgos árabes que contrastaban con la belleza extrañamente occidental del héroe y de su amada, Jasmine. También hubo que cambiar la banda sonora para borrar una estrofa en la canción principal que decía: "Arabia, donde te cortan una oreja si no les gusta tu cara". En la versión políticamente correcta se decía: "Arabia, lugar plano y denso donde el calor es intenso". Más neutral.

Disney también ofendió a los afroamericanos (¿alguien recuerda algún personaje negro en las películas animadas?) por poner sus rasgos y su forma de hablar en las repugnantes hienas de El Rey León.

Y, para una vez que quiso quedar bien, le salió el tiro por la culata: cuando igualó los beneficios conyugales a los trabajadores homosexuales y permitió una mínima celebración del Día del Orgullo Gay en Disneylandia, se le echaron encima las ligas de defensa familiar y las asociaciones religiosas. Desde luego, las minorías no son el fuerte de Walt Disney. Ahora los directivos de la compañía prometen "retocar" el texto de la narración sobre Jerusalén para tratar de evitar que un boicoteo total se sume al que ya han anunciado las asociaciones árabes de Estados Unidos. Todo depende de lo que decidan los ministros de Exteriores de los países de la Liga Árabe reunidos en Nueva York; nunca pensó Disney que su Villa del Milenio acabaría debatiéndose en la ONU.

Para demostrar que la polémica no está cerrada, Israel reclama la victoria en el contencioso, y Ehud Barak, su primer ministro, ha dicho que "los intentos de dañar el status de Israel y de Jerusalén como su capital unida fallaron en el pasado y fallarán en el futuro". El príncipe de Arabia Saudí Alwaleed Bin Talal también contraataca: asegura que el presidente de Disney, Michael Eisner, le ha dicho en persona que no debe preocuparse. Seguramente es Eisner el que debe preocuparse, porque el príncipe es dueño del 40% del Disneylandia de París.

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