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Lerma

Miguel Ángel Villena

MIGUEL ÁNGEL VILLENA El que fuera presidente de la Generalitat durante doce años solía lamentar que los periódicos nacionales sólo ofrecieran imágenes negativas del País Valenciano. Había que explicarle con paciencia a un entonces omnipotente Joan Lerma esa obviedad periodística de que la noticia radica más en la excepcionalidad que en la rutina. Que los gobiernos gestionen con honradez y eficacia, que los trenes lleguen puntuales, que la gente acuda a su trabajo o sencillamente que luzca el sol no son fenómenos que aparezcan en los titulares de los diarios. Pero el siempre desconfiado y taciturno Lerma no se daba por satisfecho con estas aclaraciones e insistía en que la sociedad valenciana proyectaba hacia el exterior, por culpa de los corresponsales, un panorama salpicado de huelgas, inundaciones, accidentes o conflictos políticos y culturales. En el fondo Lerma añoraba los estereotipos del Levante feliz y practicaba ese ejercicio tan grato a los políticos de achacar todos los males a los mensajeros. A pesar de que el PSOE mantuvo la hegemonía electoral durante más de una década y de que Joan Lerma dirigía el partido con mano de hierro, los pleitos del PSPV jalonaron todos los años ochenta en una sucesión interminable de luchas fraticidas por un puesto en las listas electorales o por una prebenda en un ayuntamiento o en una empresa pública. Pero desde que en 1995 Joan Lerma se retirara a su exilio dorado de Madrid en lugar de encabezar la oposición a Eduardo Zaplana, las escaramuzas han derivado en una guerra abierta entre las familias, las tribus más bien, del PSPV en pos del poder a secas sin el más mínimo atisbo de ideología o de principios. Tal vez ahora que el esperpento del PSPV ocupa todas las portadas de televisiones, radios y periódicos -con Lerma como uno de los protagonistas estelares- muchos socialistas reconozcan que algo tuvo que ver el antiguo presidente de la Generalirat en la imagen negativa de la Comunidad Valenciana. Porque Joan Lerma es de aquellos políticos que gustan de colocarse las medallas cuando las cosas van bien pero que escurren el bulto cuando las historias vienen torcidas.

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