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Paradojas de agua

A. R. ALMODÓVAR Por fin se esponjaron los espíritus con la caricia olvidada de la lluvia. Fue el pasado fin de semana, cuando esa pesadilla que remueve periódicamente nuestra alma reseca se empezó a alejar. Maldita sequía. ¿Azote bíblico? Tan espantoso debió de ser el pecado que nadie quiere acordarse. O a lo mejor fue otra cosa. A lo mejor es que no sabemos administrar la inmensa dádiva del cielo y por eso los dioses nos castigan con advertencias cada vez más severas. Desde luego las cifras, los hechos, más apuntan en esa dirección. Y el enredo político que nos gobierna el agua, para qué decirles. Acerquemos algunos ejemplos. Por los laberintos de Madrid y Bruselas andan empantanados -¡qué fácil metáfora!- media docena de embalses prometidos y nunca vistos. Unos para regar, otros para beber. Y el Gobierno del señor Aznar, tan feliz. Feliz con las dilaciones burocráticas para continuar castigándonos por el pecado, nada bíblico, de no votarle. Como ya demoró cuanto pudo carreteras y ferrocarriles. Pero la que se columpió bien fue la señora Tocino, al parecer ministra de algo, un 22 de febrero de este año, desde una de esas tribunas en las que se ejerce la verborrea del oro y el moro: "El embalse de Melonares va por muy buen camino. Inmediatamente después de que Bruselas dé el visto bueno al proyecto, que será de aquí a unos diez días, conseguiremos la licitación". Y se quedó tan ufana. La Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, cuya competencia, por increíble que parezca, reside en Madrid, asegura que en las redes de abastecimiento, que sí son competencia de la Junta y de los Ayuntamientos, hay fugas de hasta un 60%. Tal vez exagera, pero no va muy descaminada, aunque nos pese. La propia Emasesa, que abastece a Sevilla, reconocía en 1997 un 37,3 % de pérdidas de "agua no controlada". Hermoso eufemismo. Estos últimos días se han sucedido denuncias por sofisticados latrocinios del agua de beber para riegos ilegales, que nadie vigila ni sanciona. Balsas que se llenan o se vacían con inusitada rapidez. Y errores de gestión tan pintorescos como que en Grazalema, símbolo lluvioso de Andalucía, andan con restricciones. O que un túnel de 12 kilómetros, que costó 8.000 millones, destinado abastecer a buena parte de la provincia de Cádiz, casi tres años después continúa seco. Y no por falta de agua, sino de acuerdo entre administraciones. La paradoja que tienen las lluvias repentinas, como las del domingo, es que se llevan la memoria de los verdaderos problemas del agua. En Andalucía llueve poco, pero más torpes somos administrando lo que cae. Opiniones muy rigurosas aseguran que el pantano de Melonares ni siquiera haría falta, con una buena gestión de los recursos que ya tenemos. Y además evitaríamos causar un daño ambiental irreparable. No es tan escandaloso que la UE esté mirando con lupa el proyecto. Anoten: cambiar la cultura del agua, ése es el eslogan de futuro. Entre otras razones, porque mantener bien la red existente genera mucho más empleo que construir faraónicas presas. Y que cada cual pague lo que consuma y se castiguen severamente despilfarro y hurto. Ah, y una sola competencia política, por favor. Si no, que los dioses se apiaden de nosotros.

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