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Un libro con anotaciones de empleados saca a la luz la inédita historia del día a día del Liceo

Que artísticamente el Liceo ha sido un gran teatro de ópera es de sobra conocido por los diversos libros que han tratado el tema, pero el funcionamiento diario de esta histórica institución barcelonesa, en manos privadas hasta hace pocos años, ha sido prácticamente una incógnita hasta hoy. El libro La mirada del conserge. Dietari del Gran Teatre del Liceu (1862-1981), una antología de las anotaciones de los administradores del teatro durante 119 años recopilada por el sociólogo Joaquim Iborra, arroja luz sobre la historia inédita de la vida cotidiana del Liceo.

Que los archivos de la Sociedad Gran Teatro del Liceo, ex propietaria del coliseo lírico barcelonés, son una mina por explotar y desentrañar parte de la historia inédita del teatro lo demuestra este libro publicado por el Insitut del Teatre. La mirada del conserge es una selección de los 26 volúmenes con anotaciones diarias del funcionamiento cotidiano del Liceo, que hasta hace dos años permanecían inéditos y polvorientos en un almacén. A raíz del montaje en 1997 de la exposición Ópera Liceu. Una exposició en cinc actes, conmemorativa del 150º aniversario del teatro, los volúmenes fueron puestos a disposición de los comisarios de la exhibición, quiénes no tardaron en comprobar la valuosa información que aportaban para conocer el funcionamiento cotidiano de la histórica institución en su pasado. "Durante el montaje de la exposición sólo pude hacer una lectura en diagonal de los volúmenes a la caza de anotaciones sobre hechos puntuales y significativos de la historia del teatro. Pero tras el cierre de la exposición me sumergí en la lectura de cada uno de los volúmenes con el propósito de dar a conocer a través de un libro la apasionante historia del Liceo menos conocido, la del funcionamiento diario de la institución, con los problemas y cuitas de sus empleados", explica Joaquim Iborrra, responsable de la recopilación y comisario adjunto de la exposición. A través de las anotaciones del conserje -calificativo atribuido al administrador del teatro a cuyo cargo estaban los empleados y el buen funcionamiento de la institución-, puesto ocupado durante el periodo que abarcan los volúmenes por nueve personas, se puede seguir la evolución del Liceo. "Las anotaciones empiezan tras la reapertura del Liceo en 1862 después de su primer incendio. Ese Liceo era una institución de carácter casi monacal, en la que sólo trabajaban hombres, y endogámica, con la mayoría de los trabajadores relacionados entre sí por lazos familiares. Las únicas mujeres eran las señoras de la limpieza. El papel de la institución fue muy importante durante años ya que los empresarios que explotaban el teatro se arruinaban con frecuencia", explica Iborra. "Cuando apareció un empresario fuerte, como Antoni Pàmies, que explotó el teatro desde 1947 hasta 1980, el papel hasta entonces preeminente de la Sociedad Gran Teatro del Liceo se debilitó". El dietario revela ya desde un principio el alto grado de morosidad entre los socios propietarios del teatro a la hora de pagar sus cuotas, que casi siempre satisfacían en el último momento para evitar la subasta de sus butacas o palcos. También desvela que los empleados vivían permanentemente en el Liceo, donde dormían. Sólo en verano, y por turnos de 15 días, iban a sus casas a dormir. La considerada como modélica primera reconstrucción del teatro, tras el incendio de abril de 1861, en un solo año queda en el dietario del conserje desmitificada ante las constantes deficiencias que se detectan, puntualmente anotadas. Goteras que inundan el teatro en los días de lluvia, un depósito de aguas fecales no conectado al alcantarillado que a menudo inunda los sótanos -se tardó 16 años en poner remedio al pestilente problema- o las baldosas del piso levantándose constantemente, que llegaron a dar trabajo a un par de generaciones de albañiles. Como se prevé ahora con la inauguración del nuevo Liceo el próximo 7 de octubre, según confesión del propio director general, Josep Caminal, en la reapertura del teatro en abril de 1862, el conserje da cuenta de cómo albañiles y pintores trabajaron en el teatro hasta pocas horas antes de abrir las puertas. Además de las anotaciones de lo que pasaba diariamente, dos de los conserjes se ejercitan como críticos operísticos. Así, en el estreno en el Liceo de Salomé, de Richard Strauss, en enero de 1910, el conserje anota: "La obra, musicalmente, es un conjunto de extrañezas que dicen los llamados intelectuales que es portentosa. Yo creo que es la concepción de un desequilibrado". Según Joaquim Iborra, detrás de la publicación de La mirada del conserge está la voluntad de que el volumen "incentive a los investigarores a estudiar los aspectos menos conocidos del teatro".

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