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Feliz aniversario

Fernando Savater

En un artículo escrito con motivo del primer aniversario del alto el fuego de ETA y reproducido por numerosos periódicos, el lehendakari Ibarretxe constata que "la mente humana tiene el hábito de olvidar rápidamente aquellas cosas que originan sufrimiento, temor o desazón, y tiende a incrustar en la memoria los momentos que nos aportan felicidad y consuelo". Esta peculiar tendencia acarrea, dice Ibarretxe, ventajas e inconvenientes: a ella se debe que un año sin atentados "nos haya servido para olvidar cómo estábamos hace sólo doce o dieciséis meses". Lo que no aclara el lehendakari es si esta amnesia parcial debe ser considerada como inconveniente o como ventaja.En cualquier caso, tiene razón Ibarretxe: los tiempos de ETA van siendo olvidados con una celeridad maravillosa, lo mismo que se olvidaron rápidamente -¿quizá demasiado rápidamente?- los tiempos del franquismo. Y no sólo se difuminan en las brumas del pasado aquellos crímenes, no tan remotos, sino también los tics ideológicos y la mala retórica que ha fomentado persecuciones y legitimado atrocidades: si no fuera porque los guardianes de las esencias siguen dando la tabarra, la ciudadanía vasca estaría tan preocupada por la territorialidad y la definición del sujeto colectivo como por los principios fundamentales del Movimiento Nacional y el brazo incorrupto de santa Teresa. Y es que el ser humano se olvida en cuanto puede de lo doloroso o lo terrible, pero sobre todo cuando esos males responden a la arbitrariedad de unos cuantos y no a las necesidades de la mayoría. Ningún hambriento olvida que necesita comer, ningún esclavo olvida que se le ha privado de libertad, ningún niño sin educación ni cuidados deja de intuir que padece un intolerable abandono; pero los vascos que hace veinte años se gobiernan autónomamente, los prósperos vascos del negocio y del turismo a quienes tantas comunidades envidian, los vascos a los que nadie impide hablar o estudiar en cualquiera de sus lenguas, los vascos que gozan hoy de fueros que anhelaron durante tantos años y que han rentabilizado mejor que nadie la fertilidad del mestizaje dentro del Estado español, los vascos del Guggenheim y los cubos de Moneo... esos vascos están dispuestos a pasar enseguida la página de los desafueros aborrecidos de ETA y se obsesionan poco con reivindicaciones atávicas que puedan comprometer su presente y su futuro. Para decirlo con la desdeñosa expresión de Arzalluz -fiel al "contra malicia, milicia"-, han echado michelines y miran con tanto fastidio como recelo a los voluntariosos profesores de gimnasia que se les quieren imponer.

Lo cual preocupa mucho, lógicamente, tanto a los independentistas cuya imaginación ha convertido algunas aldeas vascas de cien habitantes en la maqueta de una posible Euskadi sin maketos como a quienes, siendo tan poco independentistas como yo, quieren asentar su hegemonía política en la gestión indefinida del independentismo retórico. Unos y otros claman contra el "inmovilismo" del Gobierno y de los partidos constitucionales frente a la tregua de ETA. En efecto, la tregua de ETA ha suscitado un cierto inmovilismo gubernamental, pero de un género que algunos de quienes lo denuncian deberían más bien agradecer. Hace poco más de un año se había puesto por fin en marcha una seria ofensiva judicial contra la trama financiera de ETA, los negocios de medios de comunicación o educativos que le eran afines, la desviación de subvenciones públicas hacia usos sospechosamente partidistas, la utilización de espacios electorales para propaganda terrorista, etcétera. Desde el alto el fuego, esas pesquisas (que contribuyeron por cierto a que los violentos así apremiados optasen por la vía más prudente) se han detenido: ¿van a quejarse ahora de este inmovilismo sus directos beneficiarios? ¿Protestará Arnaldo Otegi de que el juez Garzón no indague hoy sobre posibles remuneraciones etarras a políticos abertzales con la misma elogiable urgencia empleada en desvelar los crímenes de Pinochet? ¿No se felicita por este clima "inmovilista" la recién liberada mesa Oldartzen de HB? Reconozcamos al menos que también hay inmovilismos nada agresivos y de buena voluntad hacia el proceso de paz.

Queda el tema de los presos, desde luego. Cuando se protesta contra el inmovilismo gubernamental, la única referencia inteligible -salvo la de quienes piden que se dé la razón por las buenas a quienes no han podido imponerla por las malas- es la política penitenciaria. Pero seamos claros: acerque a pocos o muchos presos el Ministerio del Interior, siempre resultará una medida insuficiente a ojos de los que pretenden que se les libere a todos de una vez. Porque lo que está en juego no es un inexistente derecho humano penitenciario, sino la satisfacción de una reivindicación política en aras de la concordia. No estoy seguro de que ese objetivo sea del todo justo, pero lo evidente es que tiene un precio, el único que sus víctimas -con íntimo sacrificio- podrían asumir: la renuncia definitiva a la lucha armada y el reconocimiento del daño causado. Más afortunados que aquellos a quienes asesinaron, los terroristas podrán un día dejar de serlo e incorporarse a la legalidad social y política: pero será a la legalidad constitucional (y constitucionalmente modificable) que hemos defendido contra ellos, no a una derogada a su antojo como pago por el favor que nos hacen dejando de matar.

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¿Que sigue existiendo en el País Vasco un conflicto político? Probablemente no uno, sino varios, como en tantos otros sitios. ¿Hay que reactivar entonces la Mesa de Ajuria Enea, o potenciar otra mesa nueva o quizá un velador de tres patas como los que solían utilizarse antaño en las sesiones de espiritismo? Pues quizá sea útil, aunque no acabo de ver por qué no basta como espacio político nuestro flamante Parlamento autónomo, con sus miembros recién elegidos de todas las tendencias.

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¿Les votamos para que inventasen nuevas mesas o para que debatiesen en la Cámara apropiada las discrepancias y los proyectos de reforma? Almas bienintencionadas recomiendan a los partidos no nacionalistas ofrecer nuevas fórmulas de relación institucional entre la comunidad autónoma vasca y Navarra, o con el País Vasco francés, o la relectura de tal o cual artículo de la Constitución. ¿No será mejor esperar a que sean los nacionalistas quienes expliciten sus demandas de esas medidas u otras alternativas, puesto que son ellos los disconformes con el marco vigente que otros consideramos razonablemente satisfactorio? ¿No deberemos esperar a que aclaren lo que quieren, cómo lo quieren y a que convenzan a la mayoría de que debemos quererlo también? Porque lo que corresponde ahora no es hacer concesiones ni cerrarse en banda a cualquier reforma, sino jugar en serio a la política, ya que no tenemos que seguir jugando a la guerra.

Mientras tanto, sigue siendo urgente la tarea de educar para la ciudadanía. Por muchas reformas y pactos que se logren, será difícil la convivencia mientras haya quien continúe pensando que el hecho diferencial vasco es biológico (¡y eso lo dicen en Estrasburgo para apoyar ventajas fiscales, anhelo en el que la biología de todos los europeos coincide clamorosamente!) o mientras Arzalluz sostenga sin inmutarse que los inmigrantes que constituyen las seis décimas partes del país son como los turcos en Alemania (¿son "turcos" también los miles de vascos que viven y trabajan tranquilamente en cualquier otro lugar de España?). Volvemos a lo de siempre: no se puede edificar ni la paz ni la concordia sobre disparates cuyo potencial criminógeno conocemos ya demasiado bien.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

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