_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Catalanes en Madrid

Josep Ramoneda

Pujol y Maragall coincidieron en Madrid vendiendo sus productos de campaña. No fue fruto de un marcaje estrecho, sino de una casualidad de agendas. Los dos escogieron como interlocutores a los empresarios. Los políticos están obsesionados en el cortejo de los empresarios (emprendedores les llama la izquierda en pudoroso eufemismo) como si necesitaran que el poder económico les otorgara alguna legitimidad. Aunque todos sabemos que son tiempos en que el dinero es la medida de todas las cosas, formalmente, por lo menos, todavía es la ciudadanía la que tiene la última palabra. El paso electoral de Pujol y Maragall por Madrid puede tener el valor simbólico de reconocer que las elecciones catalanas no son ajenas a la política española. Pero ¿son distintas realmente las concepciones que los dos candidatos tienen de la relación entre Cataluña y España?Pujol razona en términos políticos clásicos. La política entendida como gestión del conflicto entre amigos y enemigos. Cataluña y España son, en su planteamiento, dos entidades políticas distintas -naciones- que, por razones históricas, se encuentran en un mismo marco estatal. Desde este concepto del nosotros y del vosotros, como expresión de dos identidades perfectamente diferenciadas, se plantea la relación política, en términos disyuntivos: los intereses de Cataluña frente a los intereses de España. Esta relación puede ser franca en la medida en que sigue idealmente el guión de los intercambios entre países: negociar y pactar. Y está presidida por el pragmatismo. Todo lo que se ofrece es a cambio de algo. Ninguna alianza es definitiva. Ningún pacto se rechaza por principios. Hoy se apoya a uno, mañana a otro. Lo único importante es maximizar el valor de la fuerza que uno posee. Tiene la ventaja de la claridad: todo tiene un precio. Y el inconveniente de que genera recelo en la ciudadanía.

Maragall, con su propuesta federalista bajo el brazo, se presenta con complicidad cooperativa. Donde Pujol marca la diferencia, catalanes o españoles, Maragall busca el vínculo, catalanes y españoles. Y para ello pide el reconocimiento explícito de las nacionalidades históricas como prueba de confianza. No estaríamos pues ante la visión nacionalista de dos realidades yuxtapuestas sino ante un sistema de dos conjuntos inscritos uno al interior del otro. Y esta inscripción no sería sólo una fatalidad de la historia, sino, haciendo de la necesidad virtud, un ideal de convivencia posible. En la medida en que Maragall busca los trazos que permitan recrear un espacio cultural común, la propuesta puede resultar más confusa. Las exigencias de Pujol son cuantificables. Los planteamientos de Maragall tienen algo de exigencia moral que puede generar inquietud; apela a la lealtad, por las dos partes. La lealtad es un actitud difícil de evaluar en el territorio de la política, que siempre ha procurado no confundir complicidad con amistad.

En política, es fácil contestar al que llega con la mano en la cartera, pero cuando alguien viene con la mano tendida la primera reacción es preguntarse: ¿para qué? Todo lo que no es directamente evaluable en relaciones de fuerza genera incomodidad. Precisamente porque ofrece y pide complicidad, porque defiende, en el Estado federal, un "nosotros" común que incluya los diferentes "nosotros" particulares, algunos de sus propios correligionarios en Madrid temen que convierta las demandas en exigencias. Maragall quiere acabar con la cultura del recelo, pero entenderse siempre es más díficil que negociar desde el temor y la desconfianza mutua.

La experiencia demuestra que la estrategia pujolista de país frente a país cabe en el marco de la Constitución. Así ha funcionado durante años, con un rendimiento aceptable para Pujol a juzgar por las veces que ha sido reelegido. Sin embargo, podría ser que la Constitución resultara estrecha para el proyecto de Maragall de transformar España hacia un federalismo de "la proximidad, la coresponsabilidad y la confianza". La propuesta de lealtad cooperativa podría demandar cambios que no exige la de confrontación pragmática. Pujol insinúa periódicamente la reforma constitucional como el que amenaza con romper la baraja, Maragall propone un juego a diecisiete para el que es posible que las reglas vigentes requieran adaptación.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_