Emoción con los "patas blancas"
Una gran novillada inauguró la feria de Guadalajara. Los taurinos dirán que fue la peor del mundo, pero los aficionados estaban en que esa es la fiesta, ahí está el fundamento de la lidia, lo que da emoción al toreo y mérito a los toreros: el toro. Toro íntegro; en la presente ocasión novillo íntegro, con más trapío y poder, con mayor casta y codicia que esos toros con vocación de borregos que les echan a la figuras. Ni siquiera podía haber comparación entre los novillos de Barcial -conocidos por los patas blancas- y lo que sueltan por ahí cada tarde de feria. Novillos serios, bien armados, astifinos; algo que rara vez se ve en los tiempos que corren. Novillos parejos en pesos, tipos y pelajes. Todos terciados y bajos de agujas aunque luciendo un trapío irreprochable. Todos exhibiendo en los bellísimos pelajes sus señas de identidad sin faltar detalle: negros o entrepelaos, acaso girones también, y además bragaos, calceteros y luceros. Así los seis. Los hubo bravos, los hubo mansos, pero la casta era inequívoca en los seis. De ahí su dificultad. De ahí el mérito enorme de los novilleros, que no se amilanaron en absoluto. Los novilleros -los tres- estuvieron hechos unos jabatos. Cada cual con sus capacidades y sus limitaciones, mas pundonorosos y valientes a toda prueba. Si los novillos no daban facilidades, y probaban las embestidas, o se quedaban cortos, o no las probaban ni se quedaban cortos sino que sacaban el peligro inherente a los toros encastados y codiciosos, se recrecían plantando cara a la adversidad. La emoción también estaba ahí -sobre todo estaba ahí- en esa generosa entrega. Lució especialmente Víctor de la Serna. Valeroso y torero en las verónicas con que saludó al tercero, que resultó ser el más noble de la novillada. Decidido y hondo en la faena de muleta, que planteó al natural. Apenas había instrumentado unos redondos cuando se echó la muleta a la izquierda, ligó las suertes y, al concluir con un ceñido pase de pecho la primera tanda, ya se había hecho con el novillo. Instrumentó tres series más, llevando con pulso y mando la humillada embestida. Se adornó mediante una sucesión de ayudados, trincherillas y cambios de mano, y un molinete barroco puso punto final a la faena. Lástima que no llevara el estoque pues en ese momento el novillo le pidió la muerte. Marchó a buscarlo y, al volver, el patas blancas ya no se le cuadraba. El largo trasteo que empleó para perfilarse impidió que alcanzara un triunfo grande. De todos modos cobró media y le valió la oreja. Con el sexto estuvo igual de entregado si bien la estimable faena ya no alcanzó tanta hondura y ligazón. Y aunque mató otra vez a la primera no hubo petición suficiente para concederle la oreja y perdió la salida a hombros que estaba cantada. El toreo al natural: lo practicaron también o por lo menos lo intentaron con ahinco los otros dos espadas. Apenas se doblaban con el toro, ya tenían la muleta en la izquierda. El primero de García Poveda traía peligro por el sentido que desarrolló en el transcurso de la azarosa faena. Al cuarto, en cambio, que se comportó con poder y bravucona mansedumbre durante el primer tercio, García Poveda no le sacó partido pese a que el animal devino manejable, y suplió el toreo por un cúmulo de alborotadas suertes y desplantes. Dificultades tuvo asimismo el lote de Sánchez Vara, y no le arredraron. Banderilleó rápido, porfió naturales a su primero, que se quedaba en la suerte, y en su segundo -ya manejable- ciñó derechazos, cuajó una estupenda serie al natural, pasó de rodillas, tiró de manoletinas y hubiera alcanzado el éxito si no llega a ser porque metió un indecorosobajonazo. Triunfos merecían los tres espadas, con aquellos patas blancas de casta y poder. El que hizo cuarto, cuya lidia estuvo plagada de incidentes, provocó una imagen hoy insólita, que parecía escapada de las estampas de La Lidia: dos caballos derribados, uno en el platillo, otro en el tercio, mientras acosaba a las cuadrillas el novillo cárdeno girón berrendo bragao lucero calcetero, más serio que un juez a la antigua usanza y con una cornamenta de aquí te espero.
Babelia
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