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MIQUEL CRESPI [EP] MÉDICO DE LA CRUZ ROJA

"Los coches son como las cajas de los huevos"

Miquel Crespi tenía previsto marchar al extranjero para ejercitar su curso sobre cirugía en conflictos armados, pero chocó con una realidad cercana demasiado cruda para obviarla. El aumento progresivo del número de muertos en la carretera le llevó a pensar que no sólo se podían salvar vidas en tierras lejanas, sino también aquí. Y optó por prestar asistencia médica en accidentes de tráfico como médico voluntario en la Cruz Roja. Puso su coche al servicio de la causa y se hizo voluntario. En este tiempo no ha tenido ningún accidente, cosa que le causa cierta sorpresa: "Hay que ver cómo conduzco cuando voy a asistir a una víctima, Dios debe de estar siempre de guardia conmigo", dice. Hace ya 18 años que Miquel Crespi presta servicios de voluntariado en primeros auxilios y socorrismo. Esta larga trayectoria le ha valido este año el premio a la Solidaridad, en el apartado de Acción Voluntaria, que concede la Cruz Roja. Teniendo en cuenta que sólo en los últimos días sus clarísimos ojos azules han visto expirar a cinco personas sobre el asfalto, le resulta imposible recordar la cantidad de gente que ha muerto en accidentes de tráfico en estos 18 años. Crespi no considera que las campañas de publicidad de Tráfico para evitar accidentes sean demasiado crudas. "Cualquier medio es bueno, y nada es comparable a la realidad. Aunque cada vez hay menos accidentes, aumenta su gravedad. Los vehículos son como cajas de huevos; cada vez están mejor preparadas, pero si las lanzamos desde un cuarto piso, aunque la caja aparezca intacta por fuera, los huevos estarán destrozados". Siempre que hay un accidente en las comarcas de la Terra Alta, Montsià, Baix Ebre e incluso Ribera d"Ebre, suena el inseparable teléfono móvil de este barcelonés afincado en Tortosa. "Si no estoy fuera de tiempo, es decir, más lejos de lo oportuno del lugar de los hechos, salgo disparado, esté con quien esté", afirma. Muchas veces ha dejado a los amigos en una salida, a su familia en fiestas tan señaladas como la Nochevieja. Muchas veces ha salido corriendo de casa a las tantas de la noche. "La familia se acaba acostumbrando porque comprende que eso forma parte de tu vida, y que no se puede renunciar. El único motivo válido para no responder a un aviso es que estés asistiendo a otra persona". Ese es el momento más emotivo, el instante en que abandona todo y, con él, se moviliza todo un engranaje compuesto por decenas de personas para salvar la vida de alguien a quien ni siquiera conocen. "Cuando contesto al teléfono no quiero que me expliquen quién, sino qué pasa y dónde". A veces ha tenido que prestar servicios en ropa tan poco apropiada como un bañador. Pero a pesar del aspecto de náufrago al que contribuyen sus enjutas carnes y su estirada barba cana, se presenta al lugar de los hechos investido de una seguridad que no deja de sorprenderle: "Resulta increíble comprobar la autoridad que debes estar transmitiendo en ese momento, porque la gente te hace caso incluso si vas en bañador". Hay que actuar rápidamente y sus apreciaciones son decisivas. "Hago una visual y decido por dónde empiezo a intervenir. Si hay varias personas heridas, hay que dejar en segundo plano a aquellas en estado tan grave que ya no puedes hacer nada por ellas allí, y tener en cuenta a las personas que están sufriendo mucho". En todos los casos ha aprendido a no hacer juicios de valor: "Tal vez compruebas que el causante del accidente puede haber sido esa persona que muestra síntomas de intoxicación alcohólica, y tal vez en otra situación te rebelarías contra él, pero ahí no se le juzga, sólo se le ayuda". Ha visto desgracias incontables, entre ellas el siniestro de dos autobuses con jubilados en el que hubo 9 víctimas mortales y 45 heridos, pero nada le parece más duro que tener que enfrentarse a la mirada de un niño indefenso. "Allí, delante de las víctimas, siempre mantienes el tipo. Es al llegar a casa cuando todo se viene abajo".

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