El fin
Éste es, debe recalcarse, el último fin de semana del último mes de agosto del último veraneo del siglo. Alguna vez, momentos como éste alcanzaban reputación social y se censaban como efemérides. Significaban la oportunidad para la degustación de una última gota del tiempo, a un instante de pertencer al pretérito, y se celebraban como solemnes o conmovedoras despedidas. Hoy, sin embargo, apenas hay tensión en el trato con el final porque el tiempo, en vez de conservar sus tres caras -presente, pasado y futuro-, sólo se comporta con un rostro absoluto: el hoy. La expectativa, la diversión, el proyecto, la catástrofe se han convertido en una incesante sucesión de hoyos por donde se cuela a diario la máxima sensación de lo real. No hay drama en el final de este milenio acaso porque la procelosa densidad de la historia -sus causas, sus secuencias, sus efectos- se encuentra aligerada e imaginariamente pensamos que vivimos como de milagro, de suceso en suceso, de suspiro en suspiro, sin ninguna garantía de origen o de continuidad.El fin logra ser grandioso cuando representa una culminación y, en consecuencia, el preámbulo implícito de un principio. De ser así, el fin de siglo encerraría la gozosa inauguración de otra época, el advenimiento del futuro mágico que durante la centuria se ha designado como el 2000. ¿Qué ocurre, sin embargo, para que, pese a la proximidad del trance, no se sienta nada extraordinario? Hasta ahora ha sido inútil que los medios de comunicación, las agencias de viajes, los astrólogos, sus predicadores, la New Age, el Papa y las sectas hayan desplegado los mejores recursos para tratar con lo excepcional. A estas alturas, la población sigue comprando, durmiendo o quejándose como si el mundo, no importa los años que cumpla, fuera a continuar siendo igual. Es decir, acentuando su deriva imprevisible, tal como corresponde a un mecanismo que ha perdido el balance entre su pretérito y su futuro y gira, sin fin, sobre el brevísimo pivote del presente. Un presente variable, discontinuo, interminable; frágil como este último sábado extraviado del último veraneo del siglo XX, ya vencido, conocido, irreal.
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