RAFAEL MERINO El coleccionista de búhos
C uando Rafael Merino López llegaba con una corbata poblada de búhos pasivos, sus asesores veían corroboradas sus sospechas de que pintaban bastos. Durante sus cuatro años en la alcaldía de Córdoba, Merino sólo ha sacado sus búhos en contadas ocasiones, cuando clamaba por una ayudita excepcional de los hados para salir airoso. Nadie de su entorno le tilda abiertamente de supersticioso, pero confiesan que utiliza talismanes (los motivos y los significados de las corbatas son uno de los más socorridos) y adopta decisiones guiado a veces por la idea de tentar la buena suerte. No siempre funciona, claro. Merino dio instrucciones precisas para calcar la noche electoral del 95, cuando los resultados le convirtieron en una estrella en ascenso dentro del Partido Popular andaluz, el pasado 3 de junio. Eligió el mismo hotel cordobés para la concentración y pidió una organización similar a la de cuatro años antes. Y no es que en el 99 perdiese precisamente -el PP se quedó a pocos votos de la mayoría absoluta-, pero el escenario electoral a su izquierda era bien diferente. Con los resultados en la mano, Merino sabía que su retorno a la alcaldía era casi misión imposible. A sus íntimos, en un alarde de sincera vanidad, les dijo que lo sentía por Córdoba. A bote pronto, gobernar el feudo rojo de Andalucía, contra pronóstico, parece haber alimentado la autoestima de Merino hasta rozar la soberbia, uno de los rasgos que no olvidan en la dirección regional del Partido Popular, donde le han abierto un hueco (una vicepresidencia) en el último congreso del PP andaluz. Sus más estrechos colaboradores, sin embargo, alaban su disciplina orgánica y su lealtad, aunque también advierten en él una empecinada inclinación a no torcer su brazo cuando se cree en posesión de la verdad. La fidelidad le viene de lejos. Sus amigos del colegio La Salle, donde se aficionó al baloncesto y al fútbol, le recuerdan como un compañero noble y franco. Nada travieso, y bastante responsable. Con los años se convertiría en uno de los líderes de su pandilla juvenil y descubriría las motos, una de sus pasiones junto a su colección de búhos. Las aficiones de Rafael Merino le convierten en un prototipo del tópico andaluz, que escucha en el coche la música de Siempre Así, Pancho Céspedes o Malú, baila sevillanas con ardor y antepone el placer de una tortilla de patatas a guisos sofisticados. Es seguidor madridista del Córdoba. Merino se licenció en Derecho en Córdoba, una vez descartada la idea de hacer Periodismo que le rondó un tiempo. En las aulas universitarias se cruzó por vez primera con una futura adversaria política: Rosa Aguilar. La dirigente de IU le ha sustituido en la alcaldía cordobesa, gracias a un pacto firmado con el PSOE, que Merino tardó en digerir, pese a que lo barruntaba como probable desde antes de la noche electoral. De su paso por la alcaldía ha dejado una plaza de las Tendillas remodelada y cierta fama de juerguista noctámbulo, que el PP achaca a una campaña de sus rivales socialistas -le llaman "rey de copas"- para desprestigiar a Merino con ataques a sus hábitos personales. Lo cierto es que al político popular le gusta la calle, tanto que algunas decisiones se adoptaban en la tertulia dominical que montaba en una cafetería de la ciudad. En esos desayunos, que se prolongaban hasta el mediodía, Merino se juntaba a leer la prensa, comentar la semana y reflexionar sobre el futuro con asiduos colaboradores. Con el ex secretario general del PP andaluz, Juan Ojeda, su mentor político, celebraba a menudo charlas dominicales al estilo peripatético. Alejado ahora del poder institucional, Merino dedica gran parte de su tiempo a su hijo, vuelve a tentar las motos que relegó hasta el 99 y se esfuerza por abandonar el tabaquismo (llegó a fumar tres paquetes de Ducados al día) con puros. En las ocasiones especiales sigue exhibiendo una corbata con búhos.
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