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"Aquí no ha venido nadie a ayudarnos"

Familias afectadas por el seísmo en Estambul se sienten abandonadas por las autoridades

Juan Carlos Sanz

Avcilar, un distrito de Estambul situado en las proximidades del aeropuerto, corrió la peor suerte la noche del terremoto. Decenas de bloques de edificios quedaron allí destruidos por el movimiento sísmico, que dejó en esa zona un trágico saldo de más de un millar de muertos. Su situación, sobre la falla que recorre el norte de Anatolia y se prolonga hacia la Tracia turca, ha sido la previsible causa de su desgracia.Mientras la gran mayoría de los edificios de Estambul (ciudad con 12 millones de habitantes) sobrevivió al seísmo con apenas unas grietas en las escayolas -como en el caso de las sedes del consulado español o del Instituto Cervantes-, en Avcilar todas las fachadas están marcadas por las cicatrices de la catástrofe. Casi nadie se atreve a volver a su casa.

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Cerca de la mezquita de Avcilar, en un terraplén ajardinado junto a una curva de la autopista, acampan bajo el tórrido sol de agosto tres docenas de familias. Unas, con el Mercedes o el Volvo aparcados junto a flamantes tiendas de campaña. Otras, instaladas bajo cuatro palos, con mantas y plásticos por techo, como la improvisada chabola en la que tres comadres charlan a la sombra mientras siete chiquillos corretean entre edredones. Incluso en medio del desastre, la sociedad turca muestra con crudeza sus desigualdades sociales.

"Aquí no ha venido nadie del Ayuntamiento a ayudarnos. Sólo nos traen comida de vez en cuando algunos tipos ricos que pasan por la autopista", sentencia Rabia Sert, de 47 años, una castiza de Estambul, donde vive desde hace 30 años, frente a sus dos amigas, Emine Kiraz, de 33 años, y Bedriye Meslek, de 50, que emigraron desde el Kurdistán turco (sureste) hace un par de años. Cerca de medio millón de personas se instalan cada año en la capital económica de Turquía.

No hay servicios sanitarios ni fuentes. Para lavarse, tienen que acudir a la mezquita. "Hace frío por la noche y los niños lo pasan muy mal. No tenemos ni pañales. Estamos muy preocupadas porque no ha venido ningún médico a verlos... no están vacunados", tercia Emine. Sobreviven desde hace cinco días con galletas y leche gracias a la solidaridad de otros habitantes de Estambul. "Nos dan más miedo las noticias de la radio que los terremotos", se queja Bedriye, al referirse a la alarma que cundió la noche del jueves en Estambul cuando las autoridades advirtieron de que podía producirse un nuevo movimiento sísmico. Tienen tanto pánico metido en el cuerpo que no dudan en asegurar que la tierra tiembla por las noches. Pero, ante todo, se sienten abandonadas a su suerte, sin poder regresar a sus hogares. "Las viviendas de este barrio no valen para nada, y eso que pagamos 100 millones de liras de alquiler", asegura Rabia, "pero no tendremos más remedio que volver a casa".

A tres manzanas de allí, el Ejército acordona los inmuebles desplomados mientras las palas excavadoras retiran montañas de escombros. Hay un silencio en la calle de Resitpasa cuando el capitán Cetin Arsalan da la orden de vacunar a un pelotón de soldados. Un responsable de Protección Civil le acaba de pedir ayuda: "Necesito 10 soldados con guantes para sacar cadáveres". Los operarios del Ayuntamiento rocían la zona con desinfectante. "La situación está bajo control", declara el oficial antes de impedir que el periodista extranjero presencie el recuento de los muertos. El centro de crisis del Gobierno es el que maneja esa información.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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