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Los perros de la sierra

Ajenos a todas las perrerías que traman estos días contra ellos sus presuntos amos y protectores, los perros de la sierra sestean a la sombra de los emparrados, en los frescos zaguanes de las casas del pueblo, sobre las aceras, en plena calle, libres para bostezar sin la tortura del bozal y libres para desplazarse a su antojo sin el tirón de la correa, aunque no lo hagan porque el calor aprieta y se limiten a menear protocolariamente el rabo cuando un ser humano pasa a su lado.En los hermosos y hospitalarios pueblos de la sierra pobre de Madrid, la sierra del Rincón, cerca del puerto de Somosierra, en Montejo y en Horcajuelo, en Prádena o La Puebla, los canes afrontan la canícula (tiempo de perros) con filosofía, ignorantes de su condición de animales en entredicho.

Por su peso y tamaño la mayor parte de ellos entrarían en la categoría de "perros peligrosos", según una desinformada normativa comunitaria que proclama la impunidad de los perrillos falderos y deja sin castigo al irascible pequinés, al cocker agresivo y al caniche caprichoso, furibundos y aviesos mordedores de tobillos y pantorrillas.

Cuando el sol se pone y baja la temperatura, los perros pueblerinos se alzan sobre sus patas, se desperezan sin prisas y vagabundean por sus calles familiares, se acercan a las puertas de las tabernas a la busca de un bocado, se dejan acariciar la cabeza y el lomo por desconocidos amigables y de vez en cuando acompañan como mudos cicerones a los turistas, a los forasteros que aún no están afectados por el síndrome del pit-bull.

Ellos también están de vacaciones pues, aunque no lo parezca por la laxitud que ahora exhiben, no son meras mascotas de compañía, sino infatigables trabajadores, pastores, cazadores y fieles guardianes.

Apenas se ven en las calles de los pueblos ejemplares de raza pura, sino mestizos de mil leches, porque los vecinos de estos pagos no usan sus perros como objetos de adorno o exhibición, como símbolo de status, o complemento de una personalidad impostada.

Los perros campesinos son bastardos, mil leches, hermanos de sangre que muchas veces muestran en su pelaje o en su estampa rasgos de pertenencia a la misma familia, hijos de una tribu promiscua y forzosamente endogámica. Haría falta el criterio de expertísimos zoólogos, doctores en genética canina, para dilucidar la composición de su raza a fin de poderla incluir en ese demenciado catálogo de etnias peligrosas.En las listas que torpemente elaboran los legisladores caninos se ofende gravemente al enorme y bonachón san bernardo, perro de salvamento y paradigma de la bondad y la amistad perrunas hasta que el burócrata de turno inscribió su nombre en la lista.

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Cargar con el título de "mejor amigo del hombre" más que un honor es una carga cada día más pesada. El hombre no es ni un lobo, ni un perro, para el hombre, el hombre es un hombre para el hombre. Y de una especie que trata inhumanamente a sus semejantes no se puede esperar mucho a la hora de relacionarse con las razas presuntamente inferiores.

Los perros de Montejo y de Horcajuelo no saben, o no quieren saber, que los hombres son animales peligrosos y se les acercan sin tomar precauciones. Si estuvieran al tanto de los irracionales criterios que marca la nueva ley, no se acercarían tanto porque cualquier humano adulto pesa más de 25 kilos y es capaz de desarrollar en los que le sobran mucha más mala leche que cualquier cánido, chacales incluidos.

Entre las ventajas de ser un animal racional, el "rey de la creación" ostenta la de saber hallar justificación a sus actos más irracionales, esto es algo que llevan marcado a fuego los perros en su memoria colectiva después de siglos de patadas en el culo, propinadas por el simple afán de desfogarse.

Pero no cuentan los kilos, ni los años, ni en los canes, ni en los seres humanos. No existe ninguna ley que nos proteja de los grandullones. Una ley antigigantes sería impensable, aunque algo deben de estar preparando en ese sentido algunos homínidos que pretenden que las personas obesas paguen doble billete en los transportes públicos.

La historia está llena de grandes déspotas de pequeño tamaño, endiablados perrillos falderos con ínfulas de doberman y corazón de hiena (con perdón).

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