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Reportaje:

Elche, palmeras en flor

La inmensa extensión que ocupan en Elche las palmeras parece ser que se debe a la existencia hasta hace pocos años de un pantano que las nutría del agua necesaria para su desarrollo. A la usanza de los palmerales norteafricanos, que se desarrollan en los oasis del desierto debido a la combinación ajustada del seco sol en la cúpula y el continuo riego en la base. En la actualidad dicho pantano ha quedado semidesecado, aunque es de suponer que pese a la falta de agua habitual en la Comunidad, existen filtraciones subterráneas que posibilitan la existencia del palmeral. Aunque no es esta la única forma de cultivar palmeras. De entre las tres mil ochocientas especies que se conocen las hay para todos los gustos, de climas tropicales o templados, con mayor o menor necesidad de agua, con posibilidades de aclimatarse a los interiores, etcétera; esto por comentar las posibilidades de cultivo, porque las subdivisiones pueden ser casi incontables si las distinguimos por el tipo de hojas, examinamos la forma del tronco o inventariamos los frutos y productos que de ellas se aprovechan. La planta que los produce data de más de seis mil años, y se reconocen sus restos en todas las latitudes. La India, Pakistán, Norte de Africa, o la misma Península Ibérica, son lugares donde se han aprovechado sus frutos y sus ramas, estas de forma ornamental o como parte de las construcciones. ¿Quién no recuerda las películas en que los indígenas de remotas tierras cubrían sus chozas con palmas? O se refrescaban con abanicos naturales. Las variedades con hojas palmadas, unidas en un punto, son perfectos abanicos de usar y tirar. Aunque sobre todo nos interesan aquellas que puedan utilizarse para la alimentación humana, y son varias. En nuestras latitudes la más importante de todas es la palmera datilera, phoenix dactylifera, que produce el dátil, pero además está el coco, -lo cria la cocos nucífera, la palmera más conocida del mundo-, el aceite, la savia azucarada de la que por ebullición se hace un tipo de ponche, el vino de palma, la miel, y los palmitos que son tallos tiernos de un tipo de palmera a la que hay que matar para su aprovechamiento. Los dátiles se consumen desde hace siglos, de forma habitual en los países productores, donde ha formado parte sustancial de su alimentación. Pero también en otras latitudes donde se importaban por sus virtudes y por su dulce sabor. En Grecia y Roma, en tiempo de sus imperios, cuentan los escritores que no había banquete sin los mismos. Ya en el famoso que dio Trimalción se habla de dátiles de Siria y de Tebaida que se servían en abundancia, presentando serones a la mesa llenos de los mismos. En Elche se produce la variedad candil, que siendo menos famosa que sus primos tunecinos o norteafricanos en general, tiene un dulzor extraordinario. En el Restaurante La Finca, de aquella localidad lo sirven como entrada, rodeándolo de una fina capa de tocino entreverado frito y muy crujiente, por lo que el contraste de sabores y texturas es muy agradable. Después de la entrada, por supuesto sirven la comida. En nuestro caso bacalao ahumado marinado con distintas hierbas aromáticas y aderezado con un buen aceite de oliva. El mismo que le añaden a un correcto carpaccio de ternera. El rabo de buey que sirven a continuación, dehuesado, no tiene la misma fortuna y resulta fuerte de sabor. Es preferible pedir un solomillo con foie ya que la carne un poco insípida mejora con el gran trozo de hígado que lo acompaña. Los postres, espectaculares, formando cada uno de ellos una pequeña escultura bien concebida. Una completa carta de vinos y licores se adecua bien con el entorno, serio y bien decorado, con distintos ambientes que permiten la conversación sin que nos sintamos vigilados. El servicio, profesional en general, aunque la seriedad puede mezclarse en algunos momentos con la displicencia. El local está muy próximo al campo de futbol del equipo de la ciudad y del Huerto del Cura, gran conjunto palmerístico. Podemos aprovechar para hacer la triada.

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