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El maestro de la proporción

RETRATOSCurro Pallares esconde un cerebro bien tallado, pulido y lacado bajo una mata de pelo blanco que se desparrama como una palmera. Dentro de esa cabeza está el genio que hizo su primer coche de caballos a los 17 años. Cuando el maestro se jubile sólo algunos podrán decir que tienen un carruaje con el nombre de Curro Pallares en las candilejas de las ruedas. Francisco Pallares vio la luz en Alcalá de Guadaira (Sevilla) hace ahora cerca de 58 años. Su abuelo tenía un coche de caballos. También sus tíos. Y él bajaba de niño a la feria de Sevilla a hacer tratos con el ganado. Allí sí que había carruajes. "Yo no quería estudiar y me puse a trabajar en una carpintería. Después seguí aprendiendo en la Hacienda de Córdoba". Hasta montar su propio taller. 40 años de trabajo le han dado para mucho: 120 carruajes repartidos por toda España, y todavía se atreve a decir que no sabe hacer coches de caballo. La proporción es lo que le obsesiona. "Está todo inventado. Hay doscientos y pico modelos de coches. El que mejor los hace es el que mejor los copia. Lo único que se puede variar son las proporciones; es la única forma de mejorarlos". Así que el maestro decide que hay que hacer un nuevo coche, pero "ahora tienen que ser más grandes porque los hijos ya son más grandes que los padres". Coge cuatro sillas y coloca a toda la familia en la carroza que tiene en mente. Tira el metro et voilà: un nuevo carruaje con las proporciones del siglo XX. Impecable. Y ahora, el que lo quiera, que lo compre. "Yo no trabajo por encargo, que no me gusta aguantar a nadie. A mí no me ha tocado nunca nadie la corneta". Cuando Pallares dice nadie, quiere decir nadie. Tres años se han pasado desde el Gobierno persiguiéndolo para que monte un taller donde se enseñen en el oficio nuevas generaciones. Al final lo consiguieron. El maestro puso sus condiciones, claro. Toda su maquinaria y sus colaboradores se han trasladado a un polígono de Sevilla. Allí aprenden cada año unos 80 chicos todo lo necesario para que el carruaje salga listo para ir a la feria. En el taller de Curro sólo faltan los caballos. Pero a los alumnos no les resulta fácil. Ensayan con las ruedas, posiblemente lo más delicado de todo, y sus torpes creaciones acaban decorando bancos de madera. "Esto no se aprende en dos días", dice Pallares y lo demuestra dejando en equilibrio una de las ruedas que se mantiene quieta como enganchada al carro. También restauran modelos antiguos. En el taller duerme ahora un carruaje que trae desde Inglaterra el escudo real. La corona española tampoco es ajena al arte del maestro alcalareño. "Me llamaron desde la Guardia Real para que restaurara las ruedas de los armones, que son esos que se usan para llevar encima los féretros, como cuando Carrero Blanco. Estamos esperando a que se apruebe el presupuesto". Pallares ríe más bien poco. Piensa con su lápiz detrás de la oreja y lo mismo se apasiona creando un modelo de 12 millones de pesetas que se entretiene diseñando las carrozas de la cabalgata de Reyes de su pueblo. Los que lo han visto, todavía recuerdan como se sacó el lápiz de la oreja y, en menos que canta un gallo, comenzaron a salir fantásticas figuras para las carrozas de los Magos: caballos, cisnes, perfectamente proporcionados. Proporción, paciencia y amor al arte. Y genio. Hay otros talleres, pero las ruedas de algunos de ellos las hace Curro. Y sin ruedas, ya pueden tirar los caballos, ya.

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