Atxaga
JOSÉ LUIS MERINO Conocí a Bernardo Atxaga cuando se iniciaba en la escritura. Compartíamos proyectos literarios y amigos comunes, Joseba Sarrionaindia, Joxemari Iturralde, Jon Juaristi, Manu Ertzilla,... En una ocasión dio prueba de su generosidad al traducir al euskera un cuento mío, titulado Dagazinda, que años después publicó la editorial Pamiela junto a otros relatos (Dagazinda eta beste ipuinak). He seguido con sumo interés su crescendo escritural. Y, de pronto, surge la noticia de que Atxaga se planteaba dejar de escribir, por cansancio. En adelante, no firmaría más con el seudónimo de Bernardo Atxaga, para tomar su nombre real, Joseba Irazu Garmendia. Casi sin tiempo para digerir estas noticias, el propio Atxaga aclara que ha habido un malentendido. Seguirá escribiendo con el nombre de siempre. Como si fuera en recuerdo de los buenos tiempos, hago una reflexión sobre esa expresión malentendido, para asegurar que nada de ello tiene que ver con la literatura. Hay un proceso lógico en quien se inicia en la escritura. Encuentra, al principio, que las cosas que se escriben surgen con una rapidez asombrosa, en un fluir sin fin. Todo parece esplendente, sorpresivo y válido. Contando con cierto talento puede conseguir que le publiquen algunos libros. Luego, con el paso de los años, empezarán a acudir las primeras dificultades. Aparecerá el miedo a una simple página en blanco... y, lo que es más angustiante, el miedo a saberse limitado, aunque los demás lo crean muy apto. Para paliar esos miedos nada mejor que deambular por la superficialidad de lo populachero. Una entrevista aquí, otra allá, o dando opinión sobre los más peregrinos temas. Buscará ganarse nombradía como escritor, a través de motivos ajenos al hecho mismo de escribir. En su interior sabe que ha optado por lo más fácil, y sabe que eso nada tiene que ver con el arte de escribir. Se encuentra en una posición en la que precisa vorazmente de un mantenimiento continuo, de un constante reclamar la atención de los demás sobre sí, sin pausa alguna, como si se tratara de una enfermiza adicción... Qué lejos queda ese imaginario escritor con la realidad de los escritores de verdad, como Ernesto Sábato, quien ha dicho recientemente que, muy a su pesar, se ve impelido a dejar la escritura. Pronto cumplirá 90 años. Se ha quedado solo y está casi ciego. Ha escrito El túnel, Sobre héroes y tumbas, Abaddon el exterminador. Esas tres obras lo redimen con creces ante los ojos lectores de medio mundo. Más lejos en el tiempo, Cervantes escribe la segunda parte del Quijote a los 68 años, uno antes de morir. Vidas ejemplares para la literatura. Expresiones contundentes en su torno, como la expresada por Raymond Chandler: "¿Quién dice que es aburrido escribir? Uno vive para escribir, y el resto del tiempo es algo que hay soportar para poder seguir escribiendo?" Como es ejemplar la actitud de William Faulkner, cuando es invitado por el presidente de los Estados Unidos a una recepción en la Casa Blanca, a raíz de conseguir el Nobel de Literatura en 1949. El escritor declinó la invitación, aduciendo que Washington quedaba muy lejos del lugar donde él sus personajes vivían. Le importaba la literatura y no el espurio vaivén del merodeo. Vuelvo a Bernardo Atxaga y a la necesidad de dilucidar un malentendido, que viene de antiguo, y que ha podido originar los malentendidos recientes. Es decir, el haber difundido erróneamente Obabakoak como novela, cuando se trata de un libro de relatos, algunos excelentes. Es capital para la salud literaria de Atxaga la asunción de que para ser escritor no es imperativo escribir novelas. Ahí tenemos a Jorge Luis Borges, "el mejor escritor en lengua española, de Quevedo a nuestros días" -dixit Cabrera Infante- quien no escribió novela alguna, mas ha dejado memorables cuentos cortos, además de poemas y ensayos, no menos memorables. En el relato vive un cosmos tan potente y completo como el que habita en la novela. Sólo es preciso creer en él ahondadamente, como creyeron los Poe, Chejov, Kafka, Joyce, Yourcenar, Rulfo, Cortázar, Maupassant, Kipling, Felisberto Hernández, Saki, entre otros.
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