Un año invisible ANA MARIA MOIX
Posee cierta cualidad de pajarel, y debido no sólo a la vibrátil delgadez de la voz: hay como una levedad saltarina, de ave delicada, en sus movimientos breves, sincopados, al deslizarse por la estancia con piano, librería bien provista de libros de lomos desgastados por el uso, y ventanal abierto a la media tarde sosegada en este silencioso tramo de la calle de Herzegovina. "Es el domicilio más duradero que he tenido a lo largo de mi vida", dice, complacida, Gilda Osvaldo, pianista, brasileña de origen y residente en Barcelona desde hace quince años. Grácil, de rostro menudo y mirada penetrante y vivaz, sumamente gentil, parece flotar en una halo de fragilidad que debe de ser pura apariencia física, teniendo en cuenta el más bien duro objetivo que la trajo a Barcelona: "Vine para recuperar mi carrera de concertista de piano que interrumpí cuando tuve tres hijas y entré en la carrera diplomática. La música y cuidar de tres niñas es incompatible. Entonces vivía en Viena, me trasladé a Holanda y, al regresar a Brasil y dedicarme al trabajo editorial..." Pausa, pausa. La indolencia de la tarde estival no logrará contaminar el interior de esta estancia: se queda al otro lado de los ventanales, ahuyentada por la hiperactividad que, aun rememorada, parece haber marcado la vida de la dueña de la casa. "Más acorde, por temperamento, con la galbana climática, intento sumar piano más tres hijas más carrera diplomática más actividad editorial... La cuenta no sale. Se impone volver a empezar". Nacida en el seno de una familia de médicos, hija de padre científico, Gilda Osvaldo se dio a conocer, muy joven, en Brasil por una actividad ajena a la música, a la diplomacia y a lo que se entiende por trabajo editorial: la T.V. "Decidí ir a Viena para estudiar música, pero mi padre estaba en contra de mi vocación y, por lo tanto, no podía contar con su financiación. En aquella época, en Brasil, había un programa de televisión, un concurso, que gozaba de una enorme audiencia. El concursante proponía un tema y el programa consistía en contestar preguntas acerca del tema elegido. Podía ser una ciudad, un pintor, un científico....". Gilda Osvaldo saltó a la fama contestando preguntas acerca de la vida y obra de Proust. "El poeta Drumont, que era amigo de mi madre, me prestó un metro y medio de libros de Proust y sobre Proust. Me encerré a leer y una vez por semana acudía al concurso. Cuando gané la cantidad de dinero que necesitaba para mi viaje a Viena, lo dejé todo y me fuí. Viví quince años en Europa: cinco en Austria, siete en Holanda y dos en Suiza". Estudió música, se casó, tuvo tres hijas, hizo oposiciones a la carrera diplomática. Al cabo de quince años, se divorció de su marido austríaco y regresó a Río de Janeiro, donde trabajó en el mundo del libro. "Al regresar a Río, me dije "nunca más quiero ser extranjera". Siendo extranjera, siempre desafinas, estás un poco fuera de tono, eres una ara avis, te cuesta expresarte con sentido del humor porque no dominas el idioma. Pero, al cabo de unos años, mis hijas crecieron, me sentí más libre para reiniciar mi carrera de concertista de piano y sentí la necesidad de irme. Uno no puede cambiar de profesión en el lugar donde vive: los demás se extrañan, los desconciertas, tienes que estar dando explicaciones continuamente. Fue una decisión muy meditada". Esta vez no tuvo que recurrir a ningún concurso de T.V. para financiarse el traslado. El Ministerio de Asuntos Exteriores le ofreció dirigir un Centro de Estudios Brasileños. Un posible destino era Montevideo. "Pero yo quería volver a Europa, instalarme en una ciudad que tuviera una vida musical intensa y buen clima. Y surgió el nombre de Barcelona, ciudad que sólo conocía por referencias, a través de un amigo que había residido aquí". "Me dijo: "Barcelona es la ciudad ideal, tiene un clima estupendo no sólo desde el punto de vista atmosférico, sino desde el punto de vista humano y cultural". Y aquí estoy". Antes de decidirse, Gilda Osvaldo vino a Barcelona en viaje de inspección. "Con el pretexto de hacer una gestión editorial, vine a mirar y a estudiar el terreno, eso sí, teniendo en cuenta lo que me había dicho mi amigo: Barcelona no se muestra de inmediato, necesita un tiempo". No demasiado, al parecer. Gilda Osvaldo no tardó mucho en asentarse en la ciudad. "Nunca me sentí extraña. Es más, me ocurrió algo muy sintomático: en cuanto me instalé con mis muebles, mis libros y todas mis cosas, puse la televisión; era TV3 y yo, que nunca había oído hablar en catalán, entendí casi todo lo que se decía en el programa. Fue una impresión muy impactante. Inmediatamente me sentí empáticamente vinculada a la ciudad". Gilda Osvaldo forma parte, hoy en día y desde hace años, del paisaje cultural de Barcelona, y no sólo en lo que respecta a manifestaciones musicales: su presencia es habitual en presentaciones de libros, exposiciones de pintura, etc. "Al principio, cuando asistía a actos culturales, o a alguna reunión, tenía la sensación de que la gente no me veía, como si yo fuera invisible. Esto duró como un año. Pero luego me di cuenta de que se trataba de un no mirar absolutamente fingido: la gente te observa meticulosamente, te mide, te pesa, te juzga durante un tiempo, y, de repente, te encuentras formando parte del paisaje: la gente te ha integrado, te ha aceptado". Conservo una vaga imagen de una cena convocada por Beatriz de Moura a raíz de la llegada de Gilda Osvaldo en Barcelona. "A Beatriz de Moura, la conocí aquí, en Barcelona, por asuntos editoriales. Tengo que decir que me trató con una generosidad increíble: me abrió las puertas de su casa, me presentó amigos... me facilitó enormemente mi integración en la ciudad. Nunca acusé negativamente eso que llaman la reserva catalana; claro que venía de Río de Janeiro, que es una ciudad absolutamente extrovertida". Y, antes, vivió en Austria y en Holanda. "¡Qué diferencia! ¿Puedes creer que al llegar aquí apenas me atrevía a tocar el piano por temor a la vecinos? Creía que serían como en Viena, donde me declararon la guerra. Los vecinos no soportaban oír el piano, ¡en Viena! En cambio, aquí, enseguida advertí que los vecinos, al cruzarme con ellos en la escalera o en la calle, me sonreían con simpatía, ¡les gustaba oír mi piano! Esto me reconfortó mucho e hizo que empezara a sentir un enorme cariño por Barcelona. Al principio, viajaba a Río de Janeiro una vez al año, hasta que dejé de experimentar esa necesidad. Y entonces empezó a pasar algo que me encanta: cuando voy a Brasil, mis amigos catalanes me preguntan: ¿pero vuelves, no?" ¿Cómo la reciben sus amigos brasileños? "¿Ah, estupendamente! Porque yo no regreso dándome aires de importancia por vivir en Barcelona..." ¿Aires de importancia? "¡Claro, en Brasil Barcelona tiene una prestigio increíble! Vosotros no os podéis imaginar lo que esto supone. Cuando llego a Río, hay gente que me invita a su casa sólo porque vivo en Barcelona: es un mérito". Llegó para reemprender su carrera de concertista de piano y lo ha conseguido: los conciertos se han ido sucediendo; hace poco actuó en El Cairo y, actualmente, está preparando un concierto que dará en Río de Janeiro interpretando obras de Benet Casablancas. "Es un compositor extraordinario. La música contemporánea, en Cataluña, cuenta con músicos de primera fila. Creo que Cataluña y Brasil tienen un punto en común: su visibilidad a ojos del mundo se produce a través de su cultura y de sus artistas, no de su poder político. Cataluña es conocida internacionalmente a través de sus pintores, de sus arquitectos, de sus grandes figuras en el campo de la música... Brasil, a pesar de sus gravísimos problemas sociales, también ha dado grandes nombres en literatura, en arquitectura, en música... En el caso de la música brasileña, siempre se piensa en Villalobos, pero Brasil tiene otros grandes músicos, como Santoro...".
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