El asesino de Atlanta pensaba seguir matando a inocentes antes de ser cercado por la policía
"No tengo excusas, no tengo buenas razones; estoy seguro de que nadie lo entenderá", escribió Mark Barton tras matar a martillazos a su esposa y sus dos hijos en el hogar familiar, y antes de penetrar en dos oficinas de operaciones bursátiles de Atlanta y asesinar allí a tiros a otras nueve personas. Barton, que pensaba seguir abatiendo gente inocente y terminó suicidándose al verse cercado por la policía tras cinco horas de persecución, es el último protagonista de uno de esos episodios de violencia brutal que revelan el lado enfermo de Estados Unidos.
"¿Por qué? Intento comprender y no puedo. ¿Por qué?", se preguntaba ayer Bill Campbell, el angustiado alcalde de Atlanta. Hace tres meses era el alcalde de Denver (Colorado) el que se hacía esa misma pregunta, después de que dos alumnos del instituto Columbine mataran a tiros a un profesor y a 12 condiscípulos y terminaran suicidándose. La facilidad de acceso a las armas no explica por completo estos sucesos. Hay algo más, pero, al igual que ocurrió en Denver, ese algo no lograba salir ayer de las muchas informaciones relacionadas con la masacre de Atlanta.Los hechos, eso sí, iban quedando sentados. Barton, un químico de 44 años convertido en uno de esos cinco millones de estadounidenses que juegan a diario a la Bolsa a través de Internet, mató a martillazos en la noche del martes a su segunda esposa, Leigh Anne, de 27 años, y a la mañana siguiente, a los hijos de su primer matrimonio, Mathew y Michelle, de 12 y 7 años. Dejó a Leigh Anne en un armario, y a los pequeños, en sus camas, cubiertos y rodeados de juguetes.
A continuación, Barton dejó una nota escrita en el ordenador, frente al cual pasaba la mayor parte del día. Explicó que había matado a su familia a martillazos mientras dormía porque es "una forma tranquila y poco dolorosa de morir". Barton expresaba su amor por su esposa y sus dos hijos, y añadía: "Las palabras no pueden expresar mi agonía. Me estoy muriendo desde octubre; me despierto aterrorizado en mitad de la noche. He llegado a odiar esta vida, este orden de cosas. Ya no tengo esperanza". Al final daba una vaga pista de lo que iba a ser su comportamiento del jueves: "No planeo vivir mucho más. Justo lo suficiente para matar tanta gente como pueda de los que han contribuido con su avaricia a mi destrucción".
La segunda matanza
"Espero no estropearles su jornada de comercio bursátil", dijo Barton el jueves, antes de sacar dos pistolas y comenzar a disparar contra todo el mundo en las oficinas en el norte de Atlanta de All Tech Investment, firma de la que era cliente. Allí, y en la cercana Momentum Securities, Barton mató a nueve empleados y clientes e hirió a otra docena. Había perdido varias decenas de miles de dólares en las últimas semanas a causa de la volatilidad de las cotizaciones en Wall Street. Barton formaba parte de esa creciente legión de norteamericanos que juegan a diario en Bolsa a través de Internet, sin intermediarios profesionales. Compran y venden de modo instantáneo, en función de las fluctuaciones de las cotizaciones. Es un juego muy arriesgado, decían ayer las autoridades de Wall Street.
Nell Jones, otra jugadora particular en Bolsa que el jueves estaba operando desde All Tech, fue quizá la última persona que miró a los ojos del criminal. Así lo relató ayer: "Estaba sentada delante del ordenador cuando escuché disparos. Me volví y le vi. Nuestras miradas se cruzaron profundamente. En sus ojos tan sólo había calma y determinación. Ningún sentimiento. Me disparó y falló. Entonces se volvió, disparó a otra gente y pude escapar".
Dado lo que hizo, no cabe duda de que Barton estaba perturbado. Pero ninguno de sus vecinos en Stockbridge, la zona residencial al sur de Atlanta donde vivía y donde mató a su familia, se había dado cuenta. Éstos lo describían ayer como un hombre que adoraba jugar con los niños, los suyos y los de otros, que solía ir a la iglesia y que daba tranquilos paseos por el barrio tras pasarse horas frente al ordenador.
Pero en su pasado había una terrible sombra. El sheriff del condado de Cherokee, en Alabama, a unos 150 kilómetros de Atlanta, le tenía como principal sospechoso de los asesinatos de su primera esposa y su suegra, en 1993. Las dos fueron encontradas muertas a golpes en una caravana y Barton acababa de contratar un seguro que valoraba en 600.000 dólares (96 millones de pesetas) la vida de su esposa. No obstante, el sheriff jamás había encontrado pruebas para acusarle. Barton, por su parte, negó haber cometido ese crimen en la nota que dejó en Stockbridge.
La tarde del jueves (madrugada de ayer en España) fue de espanto en Atlanta. Tras la masacre en las oficinas bursátiles, la policía tardó cinco horas en encontrar la pista de Barton, que, según declaró ayer el alcalde Campbell, pensaba seguir abatiendo más gente. Pero al verse rodeado aparcó su monovolumen en una gasolinera, tomó sus dos pistolas y las disparó al unísono contra su cabeza.
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