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Del hacha de piedra al revólver

Desde el hacha de piedra hasta el revólver con el que el anarquista Angiolillo asesinó en 1897 a Cánovas en el Balneario de Santa Águeda, en Mondragón, el Museo de Armería de Vitoria ofrece un recorrido por la historia de las armas ofensivas y defensivas personales. La exposición tiene algo de extraño, cuando se recorren sus vitrinas con dagas, puñales, sables, espadas, ballestas, arcabuces, bayonetas y otras antiguallas inimaginables en estos tiempos de guerras galácticas. El Museo de Armería tiene sus orígenes en 1940, cuando se montó una pequeña muestra en el de Bellas Artes a partir de una primera colección de piezas, procedentes de una donación de Félix Alfaro Fournier, quien también fue director del centro. Al motivo de cumplirse el 150 aniversario de la batalla de Vitoria, en 1963, la colección se trasladó al edificio de El Portalón, al final de la calle Correría, donde compartía espacio con una exposición que recordaba los hitos de aquel encuentro guerrero. Tres años más tarde, tras numerosas donaciones, la ya importante colección se ubicó en la casa donde se encuentra hoy el Museo de Arqueología de Álava. Por fin, en 1975, se le buscó la ubicación actual. Desde entonces, en actitud paradójicamente inofensiva, descansan allí miles de armas cuidadosamente ordenadas de forma cronológica, como si fueran las piezas de colección de un pacífico entomólogo. Comienza la muestra con aquellas puntas de flecha y de lanza toscamente labradas en sílex del Paleolítico, entre las que apunta la primera joya de la muestra: un hacha de basalto incrustada en un mango de madera. Aunque el descubrimiento de los metales costó milenios, durante todo este tiempo pocas variaciones se vieron en la fabricación de las armas: las primeras realizadas en metal comparten la primera de las más de 20 vitrinas del centro con aquellas piezas de piedra que dieron poder a los hombres prehistóricos. Que el bronce o el hierro eran más maleables lo muestra sin lugar a dudas el que en aquellas edades de los metales nace el arma por antonomasia: la espada y su hermano pequeño, el puñal o la daga. Sobresalen por su belleza los puñales persas, excelente muestra de que las armas empiezan a cumplir también una función de ostentación. Poco evolucionan desde entonces las armas personales, que recorren Mesopotamia, Grecia y Roma hasta la caída y desmembración del Imperio. Se entra entonces en una época poco propensa para las florituras armeras. Habrá que esperar hasta el final de la Edad Media para encontrarse con la difusión de una nueva indumentaria defensiva: las armaduras. Incómodas, pesadas (hasta más de veinte kilos), estos arneses contaban con decenas de piezas, que a pesar de estar articuladas en los lugares correspondientes no dejaban de ser un engorro hasta para el hidalgo más cumplidor. El museo presenta algunos ejemplos españoles, italianos y alemanes de armaduras, que se irán depurando con el paso del tiempo y la aparición de las armas de fuego, auténtica revolución en el arte de la guerra. La popularización del arcabuz, el mosquete o el fusil no pudo con la siniestra nostalgia del contacto directo entre combatientes y, a mediados del siglo XVII, unos gendarmes franceses del Regimiento de Bayona acomodaron un puñal al cañón de sus arcabuces. Nacía entonces la bayoneta, desde entonces de uso más que frecuente cuando terminaba el diálogo de la pólvora. Sin embargo, continuaba el avance de las armas de fuego, al mismo tiempo que la espada, el sable y el florete se convertían en piezas de factura exquisita, en símbolos de poder (el sable del general) o de uso en ambientes cortesanos en caso de duelo. Las salas del museo que recorren los siglos posteriores al XVI ofrecen una excelente muestra de espadas españolas, alemanas, flamencas y venecianas con leyendas como No me embaines sin honor o Un Dios, una Ley, un Rey. Dagas toledanas de excelente presencia, espadines rococós, una espada borgoñota de influencia oriental, dan paso a la colección de armas de fuego de uso personal, como las pistolas de percusión, las de dos cañones o el revólver y la escopeta, ya inmediatos en el tiempo. Es ya época en la que los duelos de honor pasan a realizarse con pistola, cuando se populariza el fusil para la caza o el revólver es accesible para los partidarios de la acción directa de fines del siglo pasado. Con acierto, el museo concluye su recorrido cronológico en este estadio, antes de la aparición de las armas de destrucción masiva del siglo XX.

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