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Tribuna
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Catarsis

Félix de Azúa

La cúpula de los ensayos parece una nave marciana camuflada entre los bosques de la sierra de Collsacabra, pero Els Joglars viven en un chalé vecino, la residencia que Tecla Sala (una heroína del textil catalán) mandó construir para reunirse con obispos y abades. Hermoso contraste ver ahora sus 12 habitaciones ocupadas por los juglares más sulfúricos de España. En los últimos años, la compañía de Albert Boadella ha ido poniendo en escena una historia satírica de Cataluña, a veces exaltada como la del bandolero Serrallonga, a veces feroz como la de Jordi Pujol, a veces fraternal como la dedicada a Josep Pla. Ésta era, desde luego, la antigua función de los juglares, desenmascarar a la autoridad y divertir a las gentes con la caricatura de los poderosos. La de Boadella es posiblemente la única compañía que asume su función originaria hasta las últimas consecuencias. Su teatro radical y popular pone el carnaval sobre las tablas y el mundo del revés. Es el teatro de antes, cuando los poderes públicos aún no lo habían domesticado.

Ahora ensayan su obra del año 2000, y en ella inventan a otro catalán mucho más típico de lo que pueda parecer, Salvador Dalí. Las dificultades son enormes, porque Dalí era una caricatura de sí mismo y explotaba su propio ridículo como un negocio. Quizás por ello, la obra, de la que sólo he visto unas tres cuartas partes, me ha parecido más lírica, severa y sorprendente que las anteriores. Los juglares ven en Dalí a otro juglar que arruinó su prestigio y dignidad sin por ello perder un ápice de lucidez. O, mejor dicho, que se destruyó a sí mismo con la escalofriante exactitud de Antonin Artaud, pero a la manera ampurdanesa.

Como decía Enzensberger, hoy es casi imposible escandalizar, y, si pones en escena al Papa orinando sobre un crucifijo, sólo consigues bostezos. Pero, en su nueva obra, Els Joglars satirizan lo único sagrado que aún respeta nuestra sociedad. No puedo decirles de qué se trata porque sería una traición, pero les aseguro que yo mismo vi los espectros de mis creencias ridiculizados sobre el escenario y me sentí escandalizado. Pero también liberado, porque no hay convicción que no nos haga esclavos, y es sano descreer de uno mismo. Nuestras viejas seguridades nos momifican, son ellas las que nos matan. Sin juglares, todos momias.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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