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¿Hasta cuándo tolerancia política?

Desde el 14 de junio se han realizado interpretaciones muy diversas de los resultados electorales, pero quizás hay pocos análisis dedicados a caracterizar los sentimientos políticos del electorado. Desde una perspectiva pesimista y utilizando terminología electoral, parece que el gran perdedor de estas elecciones ha sido el ciudadano. Desde una perspectiva optimista, por el contrario, y siguiendo la misma terminología, tendríamos que decir que ha mostrado una buena dosis de generosidad y tolerancia política. Es el ganador. Las dos interpretaciones son aceptables, pero ambas construyen significados distintos de las elecciones. Es el gran perdedor porque ha asistido a un periodo largo de renovaciones fallidas de uno y otro lado del espacio político. Unos pudieron ilusionarse con el viaje al centro del Partido Popular, a la tercera vía, según decían. Otros lo hicieron con el proceso de renovación iniciado con las primarias socialistas. Y desde esa pequeña esperanza, asistió al quiebro de una y otra renovación. Los ciudadanos cercanos, identificados o afiliados al PSOE y al PSPV-PSOE, vieron cómo repentinamente algunos de sus candidatos pirmarios fueron sustituidos por candidatos oficiales; una vez más sus deseos políticos se vieron demorados por las necesidades orgánicas, por los avatares internos de un partido, por una autopercepción excesiva, rayando en la descortesía hacia el paciente ciudadano. Éste quedó marginado, una vez más, de los contenidos y de las formas democráticas. Los otros ciudadanos, los que pusieron sus esperanzas en el PP valenciano, asistieron a una saturación numérica, aquellos que visitaron la página web de las nuevas generaciones del Partido Popular pudieron contrastar su discurso postmoderno, a lo Inglehart, con la interpretación más consumista y materialista de los avances conseguidos por la Comunidad Valenciana en la última legislatura. A pesar de soportar continuamente el narcisismo político de sus representantes, viendo como día a día los contenidos democráticos parecen diluirse en los distintos juegos de pactos, contrapactos, judicialización de lo político, desautorizaciones internas y externas, a pesar de todo eso el ciudadano ha dado un voto de confianza a unos y otros, en función de sus afinidades ideológicas, afectivas y, cómo no, también interesadas. A pesar de unos y de otros, muchos decidieron emitir un voto. Un ciudadano que, sin embargo, es capaz de reconocer, ya sea a regañadientes o sea de buena gana, el crecimiento, la relevancia y el papel que ha tomado la Comunidad Valenciana, a pesar de los enfrentamientos latentes y manifiestos entre políticos de distintas opciones partidistas y también entre políticos de un mismo partido. Pocos son lo que niegan a Eduardo Zaplana los datos que de forma machacona ha repetido en los últimos tiempos. Claro que algunos ciudadanos saben que eso de los datos es muy discutible, que los inspiradores de la tercera vía no creen demasiado en ellos, que los datos pueden representar agendas políticas de un lado y de otro de ese centro tan disputado por los partidos. El ciudadano también ha mostrado suficiente generosidad y tolerancia política con los vaivenes y sobresaltos a los que le tiene acostumbrado el Partido Socialista en los últimos tiempos. Aceptó que no se respetara su decisión en las primarias y volvió a aceptar, ya sin mucha fe, los retos agresivos y de impacto que brindó su nuevo candidato, Antoni Asunción, en más de una ocasión. Los ciudadanos intuimos que los gobiernos democráticos occidentales tienen conductas inevitables de competición, de enfrentamiento, de lucha pacífica por conseguir el poder, donde caben las alianzas de mayorías y de minorías para arrebatar puestos de decisión al contrario. Quizá por eso aguanta pacientemente la lucha y el enfrentamiento político de sus representantes. Pero todo ese juego pertenece al mundo de las formas. Son solamente procedimientos, por muy democráticos que sean. El ciudadano desea, busca y está pidiendo algo más que procedimientos. Necesita que sus representantes lleguen al fondo del contenido democrático y ése no está en las formas, sino en los valores. Los valores democráticos son las solidaridad, la igualdad, la libertad, la participación y, en las formas se define por el consenso, el diálogo, la negociación. Es en esos valores democráticos donde el ciudadano se juega su bienestar y la calidad de vida. Y es ahí a donde deberían llegar sus representantes, un escenario que nunca parecen alcanzar porque se quedan ciclados en procedimientos internos de competición y de enfrentamiento, de alianzas y contraalianzas. Junto a la competición democrática está la de ser el político en sí mismo y el protagonismo vuelve al ciudadano. El consenso conduce al político a responder a las necesidades del ciudadano y a sus problemas; la competición por muy correcta que sea en la teoría política, pertenece a la vida de los políticos y a sus carreras partidistas. La tolerancia política, la acción conjunta y el consenso del abanico parlamentario, al margen de la opción política que tenga cada representante parlamentario, permitirá traspasar la barrera de los procedimientos democráticos e introducirse en los contenidos y valores democráticos, en la acción conjunta encaminada a mejorar las condiciones de vida de las personas y de los pueblos. Sería importante que el partido en el poder, sea éste local o autonómico, sea de un signo o de otro, tenga la misma generosidad y tolerancia que ha manifestado el ciudadano y sepa incorporar a su futura agenda política las iniciativas que mejoren las condiciones de vida de gentes y pueblos de la Comunidad. Por eso no son un buen comienzo los pactos iniciados entre el PSPV, EU y el Bloc-Els Verds, si uno de los objetivos centrales de su alianza es arrebatar al PP el poder de cuantos más municipios mejor. Así no se devuelve la ilusión al electorado progresista. Tampoco es un buen comienzo, por ejemplo, y en este caso por parte de la Administración autonómica y del Ayuntamiento de Torrevieja, asumir sin más los riesgos medioambientales de alterar el litoral para ganar más espacio de playa. La preocupación por el medio ambiente exige, con frecuencia, reducir las ventajas aparentes de ofrecer al ciudadano más lugares de ocio y de esparcimiento. El medio ambiente necesita mayor conciencia del ecosistema y la puesta en marcha de programas que favorezcan un pensamiento menos egocéntrico y demasiado a corto plazo por parte de los políticos. Son dos ejemplos, pero existen muchos otros de lo que no es recomendable para alcanzar los valores democráticos, si de verdad los políticos valencianos están dispuestos a convertir al ciudadano y a la Comunidad en el objetivo de sus agendas políticas. De lo contrario, ese ciudadano tolerante y generoso se alejará cada vez más de ellos; no es casual que la alienación política esté reapareciendo bajo el signo de los tiempos postmodernos y postmateriales. Un fenómeno de distanciamiento político, muy desarrollado en las nuevas generaciones, que no estarán dispuestas a mantener un juego de afiliaciones y de partidos, inspirados exclusivamente en los procedimientos competitivos del juego democrático.

Adela Garzón es directora de la revista Psicología Política.

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