Candidata Hillary
Si tiene o no alguna posibilidad de florecer políticamente, el futuro lo dirá; pero de momento la decisión de Hillary Rodham de iniciar una campaña exploratoria para suceder al demócrata Moynihan como senadora por Nueva York ya ha tenido la virtud, con 16 meses de anticipación, de suscitar toda la expectación posible. Como primera dama, la señora Clinton, de 52 años, es pionera en presentarse a un cargo electo. Es, además, audaz eligiendo un Estado sobre el que, según propia confesión, lo ignora casi todo y en el que muy probablemente habrá de enfrentarse a Rudolph Giuliani, el curtido alcalde republicano de Nueva York, reelegido en 1997, con quien ahora aparece más o menos a la par en los sondeos. La señora Clinton -nacida en Illinois, radicada en Arkansas- ha comenzado por destinar unos días a recorrer ciudades que nunca había pisado, y en las que realmente se decidirá el voto, para escuchar de primera mano a sus habitantes. Pocos niegan a Hillary Clinton capacidad intelectual y talante combativo, andamios sobre los que se han construido algunos de los mejores momentos de la carrera de su marido. En los últimos años, y como esposa ultrajada, ha demostrado también una singular capacidad de aguante que le ha granjeado el afecto de muchos estadounidenses. Pero una cosa es el caudal de simpatía que despierta en una sociedad mediática una discreta primera dama en apuros de alcoba, y otra la cruda lucha política en el país más poderoso del mundo. Desde ahora hasta noviembre del 2000, el momento de la verdad, tendrá que convencer a los votantes del Estado de Nueva York (que no son solamente los cosmopolitas de la Gran Manzana) de que está al tanto de sus necesidades y problemas y de que es la persona idónea para satisfacer unas y atajar los otros.
Muchos neoyorquinos suponen que Nueva York es sólo un pretexto para Hillary, el trampolín con el que regresar a Washington y aspirar a mayores empeños. En el estado mayor del Partido Demócrata, oficialmente encantado con la aspirante, se teme que el camino emprendido por la primera dama perjudique los esfuerzos del vicepresidente Gore para distanciarse del agujero negro Clinton-Lewinsky en su carrera hacia la Casa Blanca. Para la mayoría de los republicanos, se trata simplemente de un caso de oportunismo político.
Al margen de los resultados, Hillary deberá hilar muy fino en adelante. Se la examinará con lupa para apreciar si abusa de su posición o si intenta influir en la Administración, o en su marido, en beneficio de su campaña al Senado; se escrutarán sus viajes para discernir si son oficiales o políticos, y quién los paga... Presumiblemente, la mayor tarea de la candidata va a ser tratar de deslindar nítidamente, a satisfacción de sus compatriotas, su papel tradicional del que acaba de asumir.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.