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Hillary Clinton arranca su carrera hacia un lugar propio en el Senado y en la política

Hillary Rodham Clinton lucha ya por su cuenta y riesgo. El objetivo, a corto plazo, en noviembre del 2000, es el de tratar de cambiar su puesto de primera dama por el de senadora en representación del Estado de Nueva York. Sin llegar a anunciarlo de forma explícita -para tener una mayor flexibilidad y para beneficiarse mientras tanto de las ventajas que le da su actividad oficial-, Hillary dejó claro ayer que no hay vuelta atrás.

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La polémica nacional está servida

Ante más de 200 periodistas y cámaras de televisión, la candidata oficiosa y Primera Dama abrió una gira que le conducirá durante todo el verano por los rincones del Estado anunciando que será "una enérgica y eficaz defensora de los habitantes de Nueva York". El veterano senador Daniel Moyniham, que dejará su escaño vacante en enero del 2001, después de 24 años, apadrinó ayer a Hillary. El acto tuvo lugar en la granja que tiene Moynihan en Davenport, y este santón de la izquierda demócrata -que ha tenido varios roces con la Casa Blanca- le animó a formalizar la candidatura y le prometió su respaldo. Se acabaron los tiempos de hacer campaña con Bill, para Bill o para el Partido Demócrata. Con la ayuda, y el lastre, que supone ser la Primera Dama de EEUU desde hace seis años y medio, con el amor ciego de millones de estadounidenses, sólo comparable al odio ciego de otros tantos millones, Hillary Clinton salta al cuadrilátero. El formidable perfil de su más que probable adversario en la pelea por el escaño del Senado, el populista alcalde republicano de Nueva York, Rudolph Giuliani, promete una fascinante campaña, tan interesante como la presidencial, con el aliciente de que los dos -Hillary y Rudolph- podrían volver a encontrarse dentro de unos años disputándose la Casa Blanca.

Va a ser una pelea sin cuartel, una lucha dura para una mujer combativa que, a corto plazo, necesita despejar tres grandes incógnitas: si tiene un proyecto político independiente del de su marido, si puede contrarrestar las acusaciones de ser una candidata cunera que no tiene nada que ver con Nueva York y si va a utilizar en su campaña los medios y las palancas de que dispone en su condición de Primera Dama.

Hillary empezó a manifestar su atracción hacia la política en 1964, cuando, con 17 años, colaboró en la campaña presidencial de George McGovern. Después, ha pasado 25 años participando muy activamente en todas las batallas de su marido: el Congreso, el Estado de Arkansas y la presidencia. En la campaña de 1992, se puso al frente del equipo que hizo que Clinton ganara las elecciones. Ha salvado la imagen y la cara del presidente cuando ha hecho falta -Gennifer Flowers, Paula Jones, Monica Lewinsky-, y durante su estancia en la Casa Blanca, ha sido todo -con errores, como el de la radical reforma del sector de la salud que impulsó en 1993- menos una Primera Dama decorativa. Es impulsiva, le gusta la pelea, como a Bill, con el que mantiene diferencias que saldrán a la luz; y aunque nunca se ha presentado a unas elecciones -será, si llega el momento, la primera mujer de presidente que lo haga-, todo indica que tiene lo que hay que tener, que tiene, como se dice en EEUU, fuego en el estómago.

La segunda acusación, la de oportunismo, durará poco. Es la carta que están jugando ahora los republicanos, a falta de un verdadero debate: esta mujer no es de Nueva York -nació en Illinois-, no ha pasado su vida en Nueva York, no vive en Nueva York. En palabras de Susan Molinari, ex congresista republicana neoyorquina, "va a ser muy, muy difícil que gane alguien que no es de aquí". Tonterías, dice Geraldine Ferraro, la única mujer que se ha presentado a la Casa Blanca, como aspirante a la vicepresidencia. "Conoce el Estado, no está viviendo en otro país".

Planteamiento justo

La propia Hillary afrontó ayer el asunto: fue la primera pregunta de los periodistas. "Quizá es tan importante, si no más, las cosas en las que creo que de dónde soy", respondió con aplomo, para añadir: "Y he oído decir que a la gente de Nueva York eso no le importa demasiado". Aún así, reconoció que es un planteamiento justo, pero que espera escuchar y conocer a fondo los problemas de la gente en los próximos meses y que incluso está buscando casa en el Estado. El problema más sensible podría ser el del uso, y abuso, de su puesto de Primera Dama. El Servicio Secreto insiste en que siga usando los aviones presidenciales, por razones de seguridad. Los organizadores de su precampaña aseguran que devolverán los 220.000 dólares (35 millones de pesetas) que han costado los 11 viajes en avión a Nueva York en lo que va de año, igual que el resto de los gastos en los que haya habido utilización de fondos públicos. Pero el dinero no será el problema: lo que más incomoda a sus adversarios es la ventaja política que Hillary puede conseguir ante sus potenciales electores gracias a su condición de Primera Dama, una ventaja difícilmente evitable, igual que el enorme grado de reconocimiento popular del que dispone.

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